De la V3P
Cuando aprieto las mandíbulas los dientes sudan saliva. El fluorescente zumbón aploma mi cabeza. Empujado por las circunstancias ahora toca caligrafiar el número ocho. Sigo intentándolo una y otra vez, presionando con fuerza mal medida la húmeda plumilla de frágil y salpicadora punta. ¡¡Qué fastidio, al trazar el deseado y odioso número me ha quedado con la cabecita demasiado pequeña!! Quiero conseguir que se parezca a una mariposa ese lazo de cerrada y estrecha figura que grande y modélico alardea de su sinuosa forma en la pizarra. A ver ahora…, pues no, me salió asimétrico y con caída a la derecha. Me muerdo la lengua frustrado. Corrijo, otra intentona, ¿cuántas llevo ya? Recobra simetría vertical, pero vuelve a ser acéfalo y barrigón… La página de la libreta ofrece burlona la tortuosa carretera de mis fallidos intentos. Me escuecen los ojos, me empieza a doler la cabeza… Suena la campana, saco el bocadillo del cajón.
Observo temeroso -como si de una pesadilla se tratara- ese enorme y frío patio. Una marea humana, de gente menuda y atronadora, de vocecitas chillonas envueltas en batas blancas, se mueve como una fiera plana en una gran jaula. Sobresalen gigantescas y amenazadoras las figuras de los vigilantes, se abren paso como barcos fantasma. Mastico con dificultad, tengo la nariz tapada y me ahoga; aún así el ambiente huele a lombriz y el agua de la fuente sabe a tubería metálica. A lo lejos la ciudad fuma por sus chimeneas. Entre esa irreal selva de cemento gris está mi casa. Me encantaría estar allí ahora, pero no basta con desearlo… La luz tamizada por las pastosas nubes me obliga a buscar rincones más obscuros.
Miro receloso el reloj del salpicadero: son las ocho de la mañana y me sobra esta bata blanca que me va corta de mangas –pronto estará manchada-… Quizás toda la ropa me sobra. Me pica la cabeza, oleadas de calor emanan de mi interior. Cuánto me gustaría estar ahora buceando desnudo por las aguas de mi playa perdida en el tiempo. Me siento como esas vaquillas de cruel destino que en el periódico viaje de verano veía hacinadas como carga en un camión. Llevo ocho reses en el mío al matadero donde trabajo. Ruge el motor en las subidas, algunas vacas mugen disgustadas e incómodas. No sé si podré esta vez pasar de la siete…