El Escorpión

(14-02-06)

Tenía un compañero que era un escorpión.
Era de un negro muy brillante y bastante grande, del tamaño de un zapato del 41 aproximadamente.
No era agresivo, aunque llevaba su aguijón en situación de ataque.

Siempre estaba conmigo sin que yo fuera consciente de su presencia hasta que lo veía salir del bolsillo de mi abrigo, del bolso o de la mochila.

Imponía mucho respeto a las personas que no lo habían visto nunca y les hacía mucho miedo.

Él, que lo sabia, se divertía así y delante de terceros corriendo, saltando de una mesa a otra o subiéndose por las paredes y el techo, provocando caos y una situación de verdadero pánico alrededor de todos los que me acompañaban en aquel momento.

El escorpión me hablaba, pero no de palabra, de pensamiento.
Yo oía dentro de mi cabeza lo que él quería decirme.
Digamos que era como una clase de divinidad o ángel extraño.
¿El dios escorpión?

Un día cuando yo estaba tendiendo la ropa, pensando en lo bien que me iba el curso de contabilidad i lo ingenua que había sido de no querer estudiar cuando era más joven y tenía la edad adecuada, él apareció por primera vez.
De repente entró por la ventana del almacén y me dijo:

-'¿Quieres volver atrás? ¿Quieres saber que hubiera pasado?'

No me asusté en absoluto y eso que, como ya he dicho, imponía mucho respeto. Y le contesté con mucha seguridad:

-'¿Y ellos? ¿Y mi familia? ¿Qué va a ser de ellos? ¡¿Estás loco?!'

-'El mundo entero te pongo a los pies. Ellos entrarán en un sueño profundo y nada sentirán hasta que sea la hora.'

Acepté y de repente me encontré en mi casa, la de mis padres, en la habitación ¡¡durmiendo aún con mi hermana!!
Calculo que debía tener unos 11 o 12 años.

Todo era igual, ¡no había cambiado nada!
La casa, mamá, papá, mis hermanas, la calle.
¡Se me hacía tan extraño ver a todos mis amigos tan pequeños!
Pero no duró mucho, porque el escorpión hizo que me olvidara de toda mi vida anterior:

Mi marido, mis hijos, mi casa, todo.
Pero aún así tenía una cosa muy clara, quería estudiar y estudiar. Nada ni nadie me haría cambiar de idea. Tenía el chip de los estudios muy bien colocado y engrasado.
Y así lo hice.

Renuncié a tener las mismas compañías que en la vida anterior. No quería saber nada de chavales, tampoco.
De clase a la habitación a estudiar y cuando tenía un ratito libre, lo aprovechaba para hablar con la familia.
Parece que vea lo que debían pensar mis padres:

-'Que rara nos ha salido la chiquilla, ¿verdad?'

Y fueron pasando, uno tras el otro, los años. Largos pero apasionados, porque ahora sabía aprovechar el chollo que era estudiar. ¡Llenar la cabeza de toda clase de conocimientos sin tener que dar nada a cambio! Cuanto más me aprovechaba, más me felicitaban todos los míos.