De la Vida en Tres Párrafos
Sintió cierta desazón al sentarse al volante de su coche aparcado. El ruido ensordecedor le impedía pensar con claridad pero ya se mostraba ansioso e impaciente por incorporarse a la endiablada circulación. En ese momento una conductora con la cara desencajada pasó rozándole. Una mezcla de miedo y emocionante expectación le empezó a manar desde el estómago hacia la boca.
Aprovechando un hueco dio un acelerón y se sumó a la caótica circulación. El corazón parecía que iba a salírsele del pecho, latiendo con brutalidad. Intentó relajarse con profundas y sostenidas inspiraciones. Pero el pulso seguía acelerándose. Por fin ya estaba en movimiento. Los vehículos junto a él se desplazaban con velocidad, amenazadores. Dos conductores en persecución casi le cortaron el paso; redujo su velocidad. Viró bruscamente a la izquierda y pasó entre dos coches que lo miraron asombrados. Había realizado una arriesgada maniobra. Pero un auto le embistió por detrás generando un gran estrépito y dándose posteriormente a la fuga, el muy cobarde…
Giró la mirada para comprobar en qué situación se encontraba. Se había detenido y la circulación parecía un enjambre de avispas. Notó que el mareo le volvía a subir calentándole las orejas. Quiso dar media vuelta pero le cortaron el paso por enésima vez. De improviso encontró un espacio amplio que no podía desaprovechar, aceleró y dio la vuelta en redondo. Inopinadamente un coche se le interpuso y avanzó directo, frontalmente contra él. El miedo le inundó, se aferró al volante. El choque fue tremendo pero salió ileso. Una poderosa sirena se sobrepuso a la música y le devolvió a la realidad. Todo se detuvo. Se apeó como la mayoría y se dirigió corriendo a su mamá para que le diera una ficha más para los autos de choque de la feria de su pueblo.