Somos la especie más cruel que jamás hayamos pisado este planeta. Miro a mí alrededor y solo veo frustración, egoísmo, envidia, maldad. Pero he aprendido a resistir. Mi alma se ha hecho dura a fuerza de golpes, se ha encallecido y se ha convertido en un escudo que me protege de los proyectiles envenenados de la gente que me rodea. Creo que la vida no es otra cosa sino eso, un continuo combate con la gente que te rodea. Ellos intentan hacerme vulnerable para hacerme daño y yo intento hacerme fuerte, pero no puedo olvidar lo frágil y débil que soy. Todos se atacan unos a otros. Nadie es capaz de unirse para luchar contra lo que intenta destruirnos, al contrario, somos nuestro peor enemigo.
Buscan el lado más débil para castigar, para dañar, y nunca están satisfechos. No se dan cuenta de que ese daño que hacen siempre vuelve disfrazado y les daña a ellos. Estamos aislados, nos sentimos muy solos pero seguimos aislándonos. Parece que el reconocerlo es un signo de debilidad o algo así. Hasta ahí llega nuestra estupidez. Somos insignificantes, como hormigas, pero ellos, al menos, tienen un fin común y consiguen sobrevivir. Nosotros, ni eso.
Noto a mí alrededor hostilidad. Odio el colegio. Todos me miran como si fuera un bicho raro. La gente viene y va, ninguno se queda. Yo olvido algunas cosas y otras no. No lo entiendo, no es lógico. Es como si hubiera una línea, a un lado ellos y al otro yo. Algunos me miran con lástima, otros me desprecian y aun algunos me tienen miedo. Solo unos pocos se acercan a mí de forma tímida, pero solo lo hacen por que quieren saber cómo es posible vivir sin pasado, sin recuerdos, como si yo fuera un monstruo de feria. Algunos chicos se burlan de mí. Sus crueles ojos me miran con desdén.
A veces tienen ganas de diversión y lo hacen a mi costa. Una diversión despiadada. Humillar a los demás es un deporte que demasiados humanos practican. Unos chicos lo intentaron, esta mañana. Me dijeron cosas desagradables, se rieron, a mi costa. Pero no soy ajena a la rabia, a la locura, al dolor, cuando me atacan reacciono como un animal enfurecido. No me importan las hipócritas reglas de comportamiento humano, yo mordí su brazo con rabia y el chico gritó con desesperación. La sangre brotó y sus ojos se volvieron frágiles y asustadizos. Su mirada se clavó en la mía. Entonces vi su alma, un lugar confuso y penumbroso en donde la claridad es ahogada por una sombra gigante que devora todo lo que pueda haber hermoso dentro de él. Vi una vida incompleta y gris, un hogar desordenado, un padre falso y egoísta y una madre paranoica e inestable. Después de todo, el destino y las circunstancias tal vez habían tenido la culpa de hacerle como era. Habían hecho de él ese aprendiz de monstruo.
Es posible que lo que nos rodea también nos condicione, pero creo que una debe decidir en cuanto a si quiere ser de esa forma o no y no dejarse arrastrar por la corriente externa por que entonces denotaría falta de individualidad, porque cuando a alguien le ocurre eso es por que no es sino un calco de los demás, de lo que los demás quieren que seas. Tal vez sea un proceso, pero cuando alguien llega a disfrutar de joder al resto de los mortales, cuando se hace una hábito enfermizo, suele ser demasiado tarde, por que ya sea ha convertido en un cabrón despiadado.
Después de eso me llamó el director. Me odia. La gente odia lo diferente, lo que no entiende. Es posible que hayamos tenido algún encuentro desafortunado, yo no lo recuerdo, pero lo intuyo. Detrás de su rigidez y sus refinados modales oculta algo que le parece vergonzoso. No sé de qué se trata pero sí sé que él lo sabe, y, no sé de qué forma, pero él también sabe que yo lo sé. Eso le hace temerme y odiarme. Me sermoneó y eligió muy bien sus palabras. Sé que lo que a él le gustaría sería expulsarme, pero no se atreve. Dice que soy muy problemática, que no me integro, que debería estar en un centro especial. Sus palabras no me importan en absoluto.
Es un ser vacío y atrapado. Después llegó mi padre. Su primera mirada fue suficiente para comprender lo lejos que está de mí. Sus ojos de incomprensión representan un abismo difícil de salvar. Me llevó a casa y apenas habló en el trayecto. Tal vez tenía la mente demasiado ocupada con las tácticas comerciales de su todopoderosa empresa o quizás es que estaba tratando de plantear una estrategia acertada conmigo. Lo cierto es que me hizo sentir como si yo fuera una loca o algo así, cuando las palabras sobran es que se dan las cosas por sentado.
Eso me hizo enfadarme mucho cuando llegamos a casa. Se lo recriminé, le grité. Él me dio una bofetada y entonces, entre sollozos le pregunté si acaso no le importaba lo que había ocurrido, si no tenía curiosidad por saber lo que había pasado y cómo estaba yo, pero él me contestó resignado que no era la primera vez, que era poco sociable, que solía hacer salvajadas de ese tipo y pelearme con los demás, que a veces mordía o gritaba o daba patadas, y que ya estaba comenzando a cansarse de mí falta de educación y de modales. Lo cierto es que no lo recordaba, pero le hice saber que los chicos me habían dicho cosas ofensivas y que se habían tratado de burlar de mí y él me replicó que no podía acabar mordiendo a todo aquel que tratara de hacerme daño. “No es normal”, dijo.
Sus palabras ni siquiera sonaban a reprimenda, sonaban a renuncia, a resignación. Me había declarado culpable de antemano y esa actitud negativa, dubitativa, pasiva, me enfurecía. Reconozco que volví a perder los estribos y lancé un vaso de agua contra el suelo, y después he roto a llorar, ante la asustada mirada de mi padre, y me he ido corriendo a mi habitación. Entre sollozos he escrito esto, mientras siento que estas cuatro paredes me aplastan y me he preguntado por que reacciono así, por que no puedo ser de otra forma.
Ana se mantiene en un mundo aparte. Se aísla del resto de los mortales por que su sensible alma está harta de soportar demasiadas pequeñas heridas. Un fuerte y doloroso golpe puede dejarte fuera de combate, conmocionada por mucho tiempo, incluso para siempre, pero docenas de pequeños y certeros golpes pueden hacerte soportar un dolor inhumano e insoportable, como si cientos de insectos te picaran a la vez, alojando en tu cuerpo suficiente veneno para hacerte sufrir lenta y agónicamente, mientras que lo que más deseas es dejar de sentir ese suplicio, aunque sea a costa de tu propia vida. El dolor que se sufre en silencio es el que más se padece, el que más te destroza. Es mejor gritar, rebelarse, llorar. Pero tal como no todos los golpes son iguales, no todos nos enfrentamos de la misma forma a estos. Unos logran sobreponerse, otros se rompen como una madera frágil y algunos se hunden en un dolor intenso y aflictivo. Caer en el sopor de la tristeza es el peor destino, incluso peor que fragmentarse por dentro por que de esa forma el tiempo irá curando poco a poco esas heridas pero de la otra forma el corazón sufre tanto que llega a hacerse insensible y apático. Tal vez ese sea el caso de Ana. “¿No es curioso que ni siquiera me importe el estar aquí?”, me preguntó con ese arrullo suave y sigiloso que nace de su garganta. “Cuando sientes que tu vida es una cárcel te da lo mismo estar aquí que en tu casa”. ¿Por qué estás aquí?, le pregunté con sincero interés, pues me parece alguien con una complejidad emocional significativa. “Mi familia piensa que estoy loca, que algo dentro de mi cabeza anda mal. En realidad me siento desarraigada de todo” ¿Desarraigada?, pregunté algo sorprendida y bastante desorientada. “Sí, ya sabes, como si me sintiera fuera del mundo, que no perteneciera a él, y no me interesa nada. Cuando observo a los demás solo veo pequeños monstruos que deambulan de un lado a otro en busca de algo que no saben que es y compruebo lo estúpidos que son afanándose por cosas que no valen para nada y que son tan vacías y pasajeras. Si miro a mí alrededor solo veo gente malvada con vidas superficiales y eso hace que no me interese nada que venga de ellos...” Yo asentí intrigada y un poco identificada con su visión de las cosas. ¿Realmente no te interesa nada? ¿Te da lo mismo todo?, pregunté intentando sonsacarle sus verdaderos sentimientos. “Así es como ellos me ven, pero por supuesto que me importan cosas, me importa la desigualdad del mundo, me importa que medio mundo tire comida y otro medio se muera de hambre, me importa que los humanos no sepamos apreciar lo que tenemos... Y sí, me interesan cosas, me interesa la belleza, da igual que tipo de belleza, la belleza es una percepción superior que llena tu corazón y te da un motivo para vivir; la belleza de una canción, de un cuadro, de un paisaje, de una idea o de una persona...” Entiendo, corroboré con un gesto de complicidad, pero ella sonrió como dando por sentado que no sabía de qué hablaba. “Tengo dos hermanos varones y desde el principio comprobé que en mi casa no era lo mismo ser hembra que varón...- continuó con voz tenue y afligida.- La educación, los valores, los privilegios y responsabilidades... todo era diferente. Yo debía ser una buena hija y ayudarle a mi madre en sus quehaceres diarios, debía ser obediente y recatada, debía ser discreta y esforzada, ellos, sin embargo, estaban exentos de todo eso. Yo debía llegar temprano a casa y no hacer nada que avergonzara a mis padres, ellos podían dedicarse a sus propios asuntos, tener los amigos que quisieran y hacer lo que les daba la gana. Nunca he visto consideración ni amabilidad por parte de ellos. Una hace lo que aprende y lo que ve. No es fácil vivir con la idea de que una es limitada y ha nacido para servir y poco más. Todo eso hizo que creciera siendo retraída y tímida, acomplejada y torpe. Sufrí mucho por lo que los demás pensaban de mí, en mi familia, en el colegio, en cualquier ámbito de mi vida. Mientras el resto de chicas vivían y pensaban de forma liberada y moderna mi mente se había quedado atascada en un concepto retrògrado y anticuado. Mientras ellas vestían con modernas y sexys prendas de marca yo lo hacía con anticuadas ropas que mi madre me compraba. Me comportaba como una niña insegura, yo asumía ese rol tanto como los demás. Eso me hizo apartarme de todo y construirme un mundo propio, aislado y triste. Su sobreprotección y rigurosidad no me ayudó a realizarme. Tuve que aprender a fuerza de golpes a sobreponerme de los demás, a valerme por mí misma. Cuando tuve que salir de debajo de sus alas descubrí que no era capaz de desenvolverme en el mundo real. No lograba adaptarme. De esa forma me fui haciendo inaccesible. Todo eso ocurrió en un marco de circunstancias negativo. Con el paso de los años mis padres comenzaron a reñir con asiduidad. El ambiente se hizo tirante, malo. Yo siempre estaba en medio, soportando el vendaval. Incluso a veces, descargaban sobre mí sus frustraciones. Mis hermanos vivían demasiado ocupados en sus asuntos como para tratar de intervenir o llevar parte de esa carga. Para mí resultaba insoportable. Mi padre entonces comenzó a beber. Aquel hombre enérgico y emprendedor se transformó en alguien de carácter agrio e inestable. Mi madre también tenía un carácter fuerte y dominante, así que los combates verbales eran ensordecedores, y a menudo ambos terminaban haciéndose mucho daño sacando todo tipo de trapos sucios y utilizando todo tipo de escabrosas estrategias para sentirse victoriosos. Ella solía hacer comentarios devastadores dirigidos a minar su autoestima y él bebía más y más cuanto más atacado se sentía. Ambos se volvían desagradables y nerviosos. Se hizo un nefasto círculo vicioso. Mi padre tuvo un accidente por conducir borracho y estuvo a punto de morir, y mi madre se sintió culpable por ello. Eso hizo que ella se cerrara a todo el mundo. Mis hermanos solo aparecieron cuando ocurrió lo del accidente, pero a medida que todo fue normalizándose, desaparecieron de nuevo, y toda la carga se quedó para mí, otra vez. Ya para ese entonces yo tenía diecisiete años y comencé a darme cuenta que el mundo era mucho más grande que mi familia y mi casa. Miré a mí alrededor y lo que vi no me gustó. La gente se afanaba por cosas absurdas. No comprendía nada sobre ellos, sobre su egoísmo y su agresividad, sobre la hipocresía y la doble moral de las cosas. Por otro lado estaban mis padres, tratando de que las cosas se arreglaran entre ambos, intentado reconciliarse en un mundo tan ficticio como frívolo. Todo fue un círculo vicioso, discutían, se distanciaban, se decían cosas hirientes y se volvían a reconciliar en un nuevo y fútil intento. Habían creado un mundo en el que yo no encajaba. Vivían presos de esa monotonía continua, inmersos en una especie de representación perpetua. Ahora miran hacia atrás y se dan cuenta de lo equivocada y superficial que ha sido sus vidas, de lo incompletas que han sido. Estaban demasiado convencidos de que sus posiciones eran las más adecuadas como para ir rectificándolas a medida que iban cometiendo esos errores que todos cometemos gracias a la inexperiencia o la torpeza. A menudo, la gente que piensa que está en posesión de la verdad absoluta y que se cree incapaz de equivocarse, se da cuenta demasiado tarde de lo rígido y equivocado de su enfoque y, por lo tanto, les resulta demasiado tarde para rectificar todos esos errores que su tozudez les ha impedido corregir. Por eso nunca pienses que estás en posesión de la verdad absoluta y que eres infalible, por que esto no existe. Duda de todo, incluso de lo que pienses, y deja siempre algo de tus energías e intenciones para reconocer tus errores, así podrás rectificarlos a tiempo. Nunca, nunca, des nada por sentado...
Ana terminó de hablar y no se adivinaba un ápice de locura o conflicto en su mirada aunque le resultaba doloroso todo lo que había contado. Era sufrida y resignada. En vez de eso irradiaba tranquilidad y sensatez. Por eso me sentí impulsada a preguntarle que qué era realmente lo que hacía allí, y a decirle que ese no era su lugar. Le dije que era una persona cuerda, entera, solo que esa forma de crecer y de vivir había hecho de ella un ser inseguro. Durante toda tu vida, continué diciéndole, has sentido que los elementos siempre estaban en tu contra y eso te ha convertido en alguien desconfiado y vulnerable. Tu transparencia a hecho que los demás siempre acaben por aprovecharse de ti, y por eso, has crecido llena de complejos y dudas. Tus padres trataron de meterte en una burbuja protectora, aislándote del mundo. Eso no te hizo ningún bien. A veces no basta con tratar de hacer el bien, y eso resulta contraproducente. Cuando esa burbuja explotó te viste superada por todo lo que te rodeaba. Te sentiste rechazada y desfasada. Ese ambiente familiar potenció todo eso que te hizo sentir tan triste y aislada, te hizo sentirte distante de todo. Ahora debes encontrar ese equilibrio que te permita huir de todas esas cosas y a la vez ser feliz. Dentro de ti hay muchas cosas buenas que ofrecer. Hay poder y determinación. Hay bondad y franqueza. Pero no debes dejarte vencer por todas esas mentiras...
Ella se quedó sonriendo, con esa expresión de dulzura que brotaba de su hermosa alma, mientras pensaba en todo lo que le acababa de decir.
“¿De verdad lo crees?”, me preguntó al rato con esperanza. Estoy segura, le contesté. En una guerra hay docenas de pequeñas batallas… contra tus padres, contra tus hermanos, contra ti misma... También hay alguien que dejó una huella muy honda y dolorosa dentro de ti.
Cuando le dije eso, me miró sorprendida. Sabía de quién le hablaba aunque no lograba adivinar cómo lo sabía. Era algo que le había hecho mucho daño, algo que estuvo a punto de hundirla en un mundo penumbras para siempre.
“Es cierto”, continuó reconociendo, “tuve un novio”, en sus palabras se adivinaba el dolor que esa dolorosa experiencia había dejado dentro de su alma, como una profunda astilla clavada más allá de la piel. “Era alto, fuerte, apuesto y yo una niña ingenua y sencilla, así que con un par de palabras bonitas logró atraparme. Ni siquiera me resistí, quedé hipnotizada como una boba. Para mí todo aquello era nuevo y excitante. Era la primera vez que un chico se mostraba tan atento y romántico conmigo. Sus gestos, sus palabras, sus acciones, todo le hacía especial. A veces me regalaba flores, o me decías cosas bonitas al oído, o me invitaba a dar paseos por lugares tranquilos, y charlábamos durante el paseo, y ese tipo de cosas, hasta que llegué a enamorarme locamente. Me convertí en alguien ciego y estúpido. Detrás de todo ese disfraz amable y romántico había una persona engreída y egoísta, que solo trataba de satisfacer su propio ego, por eso, cuando consiguió de mí todo lo que quería comenzó poco a poco a perder interés. Mis sentimientos eran puros, intensos, así que para mí resultaban imposibles cosas como la mentira y el coqueteo. Tenía que haberme dado cuenta que yo solo era otra estúpida chica en su lista de conquistas, y nada más. Y él se fue alejando sin dar ninguna explicación. Se volvió esquivo, dejó de ser amable, detallista, al punto de ignorarme. Eso me dolió mucho, me hizo sentir como la mujer más infeliz del mundo. Era tan estúpida que llegué incluso a pensar que la culpa era mía, por que yo buscaba algo más, buscaba cariño, ternura, amor, y él lo reducía todo a encuentros sexuales. Un día fui a su trabajo, dispuesta a aclararlo todo y dispuesta a cualquier cosa por él, a pesar de que me lo había prohibido en más de una ocasión. Cual no fue mi sorpresa cuando lo vi salir con otra chica, una chica guapa, esbelta, segura de sí misma, y era tierno con ella, y sonreía de continuo, y la miraba con un brillo que no tenían sus ojos cuando me miraba a mí. Bueno, el mundo se desplomó a mis pies. En mi cabeza aquella posibilidad era inexistente, inverosímil, y por eso el sufrimiento fue mayor. Fue como sentir que un dolor intenso se había alojado en lo profundo del alma. El caso es que una cosa llevó a otra y eso me hizo abrir los ojos y atar cabos, y además pude conocer más cosas sobre él, pude descubrir su doble vida; en la parte oculta yo, la pobre chica ignorante, la aventura que servía para engordar su ego, y en otra aquella chica, su novia, la que manejaba las riendas y le convertía en un ser normal, incluso vulgar. Me sentí utilizada, traicionada, como si fuera una mierda. Después de eso, tuve una intensa conversación con él y le dije cosas muy duras, derramé toda la frustración y la rabia que tenía en mi alma como un veneno. Pero no fue suficiente, por que él salió de mi vida sin decir nada, como una alimaña, y entré en un periodo oscuro y triste de mi existencia. En el fondo hubiera deseado que llorara o que jurara que no iba a volver a hacerlo y que me pidiera de forma desesperada que le perdonara porque yo era la única mujer de su vida o algo así, pero se largó en silencio consciente que había actuado de forma vil y mezquina. A partir de ahí el mundo perdió interés para mí, no quería comer ni salir ni hacer nada, pero la agonía solo duró una semana en esta ocasión, por que él apareció de repente e hizo todo aquello que yo había deseado y me rogó que le perdonara y que le diera otra oportunidad. Cuando le pedí algún tipo de explicación me juró que quería dejar a su novia pero que ella le había dicho que si lo hacía se quitaría la vida y por eso no se atrevía a hacerlo de golpe, y me pidió que le ayudara y que tuviera paciencia, que le diera algo de tiempo pero que no le dejara, y yo, tan ingenua y tonta como siempre, le creí, en el fondo por que era lo que deseaba. Así estuvimos por algunos días, y, en un esfuerzo por tratar de no anteponer mis sentimientos a la cordura y dolida aún por todo, me armé de valor y fui a hablar con ella para saber qué había de verdad en ello. Bueno, tuvimos una amplia y tranquila charla, y ella no resultó ser la chica paranoica y desequilibrada que él me había contado, ni a mí me lo había parecido. Al contrario, era inteligente y lúcida, y ella me aseguró que nada de lo que él me había contado era cierto, sino que solo trataba de conservar su aventura conmigo lo máximo posible y que sabía bien la forma de hacerme caer de nuevo en su red. Incluso me dijo que estaban arreglando las cosas para casarse, y que no era la primera vez, que ella le conocía bien y sabía manejarlo pero que le daba pena de las incautas que resultaban dañadas por su falta de sensibilidad. Eso fue definitivo. Me alejé irreversiblemente de él, y me costó mucho hacerlo por que él me juraba que todo era mentira, pero en sus ojos veía que el que mentía era él y que su novia me había dicho la verdad, y eso hizo más dolorosa la ruptura. No logré recuperarme, la recaída fue peor si cabe. Mis padres me llevaron incluso a un psicólogo, por que la pena me estaba devorando por dentro, y me mandaron un tratamiento para los nervios por que era como si el aire me faltara, y comencé a padecer fobias a cosas como los espacios reducidos, la gente extraña o las aglomeraciones. En realidad, lo que me dolía era vivir. Era como estar muerta en vida, como si fuese una planta o algo así. Nada me hacía reaccionar, ni me alegraba, y no sentía ganas de nada, solo me daba por estar triste y sola...”
Cuando acabó de hablar sus ojos estaban empañados por esas lágrimas que salían de su corazón de forma tan espontánea y punzante, así que pensé que lo mejor era callarme y abrazarla, y eso mismo hice. Ella me sujetó con fuerza pero al instante lo hizo con suavidad.
“No es necesario que digas nada”, me dijo como adivinando cuales eran mis pensamientos, “nunca se lo he contado a nadie y al contártelo a ti es como si me hubiera liberado de una pesada carga, un peso que necesitaba soltar...”
(Continuará...)
Fuente:
http://www.jamendo.com/es/list/a117222/sesion-2012