"El carrusel de las almas perdidas (Cap, 5 y 6)
5
¿Quién soy y por qué? Cuando miro dentro de mí solo observo un lugar oscuro y profundo en el que solo advierto borrosos espejismos que aparecen y desaparecen creando una confusión total y desesperante. Es como un enigma que no acierto a descifrar. Como si tuviera la sensación de haber recibido un mensaje defectuoso que en cualquier momento se va a completar y se va a materializar en algo que tenga sentido y sea preciso, pero eso nunca ocurre, llenándome de frustración y rabia. Sé que tengo una especie de don o algo así, no sé cómo llamarlo. Nadie me lo ha dicho, pero es como si siempre lo hubiera sabido. Resulta extraño que no pueda recordar otras cosas y eso sí. Todo es tan absurdo. Tal vez ambas cosas estén relacionadas, pero tampoco me explico cómo ni hasta qué punto. Tal vez ese don tenga que ver con la pérdida de recuerdos o quizá sea al revés, tal vez lo que me hace perder esos recuerdos sea la causa, de una forma que no logro explicarme, de esa facultad. Puedo sentir el interior de las personas, cómo si estas me abrieran su alma. A veces tan solo reconozco fragmentos de sus temores y sentimientos más profundos. Puedo penetrar en lo más recóndito de sus corazones, como si diera un paseo, por decirlo así, dentro de sus corazones. Les miro a los ojos y recibo sensaciones y visiones. Nunca ocurre igual, pueden ser ambas cosas o alguna de ellas. Siempre se manifiesta de forma diferente. Incluso a veces veo cosas extrañas que no sé interpretar. Otras tan solo percibo sentimientos que se mantienen impenetrables incluso para ellos mismos. Es algo innato, y resulta frustrante. Me refiero a tener una vista tan nítida y personal de otros y, sin embargo, sentirme tan confusa y anulada en cuanto a lo que ocurre dentro de mí. Quisiera poder comprenderlo. Siempre he pensado que debe existir una razón, pero tal vez nunca llegue a conocerla, lo que no deja de ser fastidioso. Quisiera poder aceptarlo, asumirlo, controlarlo, pero resulta demasiado grande para mí, me sobrepasa por completo. Es como una tormenta, incontrolable y caprichosa. Como un caballo salvaje que nunca aceptará someterse. Mi alma está en continua ebullición y no sé cómo aplacarla, cómo superar esa sensación de estar incompleta, de no saber exactamente quién soy o qué hago yo aquí. Supongo que será cuestión de resignarse, de no pensar demasiado en ello, de aceptarlo. Pero no sé cómo hacerlo.”. Preferiría despertarme un día y no recordar nada, olvidarlo todo, sentirme un ser puro, libre, capaz de afrontar el futuro y de olvidar el pasado. Pero siento que no puedo…
A veces siento un pellizco en el estómago y se me pone la carne de gallina, porque me siento demasiado sola para soportarlo. Quisiera encontrar algo a lo cual aferrarme, pero no lo consigo, y entonces vuelve a rondarme la idea de acabar mi absurda existencia. Supongo que me siento como el soldado que está a punto de entrar en batalla. Sola, con mucho miedo y preguntándome: ¿Por qué? ¿Por qué me siento así? ¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué todo es así, de esta forma tan dolorosa y cruel? ¿Por qué puedo penetrar en el corazón de la gente y a veces incluso ayudarles pero no puedo penetrar ni en mi corazón ni en mis recuerdos? Y entonces ya no soy ese soldado que va a enfrentarse con lo inevitable, soy ese náufrago que se pierde y que se debate entre su deseo de sobrevivir y su agonía. Algún día tendrá que ocurrir algo que lo cambie todo, que cambe mi vida, que me ayude a ser fuerte, que me haga saber qué sentido tiene todo, que me convenza que soy capaz de superarlo… No sé si lograré aguantar hasta ese día.
6
“¿Eres vidente o algo así?” Me preguntó el muchacho de mirada melancólica esta mañana, y yo no pude hacer otra cosa que sonreír con amargura. Puedo ver el interior de las personas, le contesté al notar como no se conformaba con mi sonrisa. “Dime que ves en mi interior”. Fue más un reto que una petición. Eres valiente, le respondí, a la gente suele darle miedo mostrar su interior, todo lo que esconden, lo que les preocupa, lo que sienten. “O tal vez te esté probando”, continuó de forma prudente y serena. No funciona así, le dije, no soy bruja ni nada parecido. Generalmente suelo ver lo que los demás no quieren que vea. Pero, a pesar de lo duro que resulta, a veces tienen consuelo de comprobar que alguien también ve lo que a ellos les atormenta. Cuando se abandonan a sus propios temores suele ocurrir esa extraña conexión en la que todo sucede de forma repentina y espontánea. Puedo percibir sensaciones que navegan dentro de ellos, sentimientos que fluctúan en sus almas causando frustración, tristeza, cosas que mantienen en el baúl del olvido.
Franky, como le llaman, no parece encajar en este lugar. En sus venas cabalga un caballo salvaje que lucha por no doblegarse ante el desaliento de los demás, poniendo su coraje a prueba continuamente. Ese ímpetu le hace ser alguien especial que vive sin mirar atrás y sin temer al futuro. Son sus pasiones desmedidas lo que le han hecho acabar aquí, la ansiedad por devorar la vida a bocados lo que le ha hecho perder ese equilibrio interno y le ha empujado hacia el precipicio. Él solo pretende golpear la soledad con el rasgueo de su guitarra, como buen rebelde. Intenta luchar contra las mentiras de una vida polvorienta y una existencia limitada e incompleta. Echa de menos a sus amigos, en sus ojos hay un atisbo de tristeza eterna que cae en su corazón como hojas de árboles en otoño. Echa de menos su grupo, sus sueños, el rugido del público, la sacudida de la percusión y el zumbido de su garganta rasgando la noche. Es una especie de vagabundo sin patria que se resiste a caer en las redes de la mediocridad cotidiana o en la trampa de una sociedad hipócrita que tanto detesta.
En tu semblante veo la soledad, le dije atrapando la verdad de sus ojos. Es una soledad hostil y cruel, que no deja que la verdad que llevas dentro aflore al exterior y se libere. “¿Qué verdad?”, me preguntó con gesto serio, meditabundo. Todos llevamos una verdad dentro, tu verdad, la que tú realmente crees. Él hizo un gesto de incomprensión y sorpresa a la vez. “Eso suena demasiado analítico y genérico”. Está bien, continué, en tu alma existen dos fuerzas que luchan por tomar el control. Una es la energía que encierras dentro de ti, una energía que necesita liberarse, de lo contrario, es como un fuego que te consume. Es una energía que quiere explotar, inundarlo todo, cuestionar prejuicios, romper moldes establecidos, derribar muros, evitar que las cosas vuelvan a recomponerse de forma equivocada, desacertada. Es un deseo que permanece dentro de ti, un deseo de buscar nuevas sensaciones, de expresar lo que te entristece, lo que te hace sentir vacío, solo. Pero la otra fuerza frena tu ímpetu de libertad, te hace respirar con dificultad, te agobia, te hace sentir diminuto e insignificante, débil y frágil. Emana de todo lo que te rodea, de un mundo incomprensible y hostil que mutila tu voluntad y te convierte en una criatura esquiva y solitaria. Esa fuerza también emana de la gente que te rodea, de tu familia, principalmente, pues son como agujas clavadas en tu alma, con sus ideas absurdas y sus máscaras hipócritas, como peces que se mueven en una pecera demasiado pequeña y viciada. Son fuerzas antagonistas que luchan por conquistar tu mente y que producen diversos estados de ánimo muy cambiantes y dispares. Fomentan tu tristeza, pero también tu creatividad. Provocan tu inquietud pero, a la vez, es el motor de tu rebeldía.
“¿Una especie de lucha eterna entre el bien y el mal?” sonreí por que me di cuenta que trataba de burlarse de mí. “Resulta irónico, ¿no crees?” Esta vez sus palabras salían de lo más profundo de sus entrañas. “Todo es tan complicado y absurdo a la vez”. Así es, le repliqué. “Este mundo es absurdo,- me contestó- La gente es absurda. El ser humano es absurdo. A veces es como si sintiera que el cielo me aplasta, que se va haciendo más y más bajo y me comprime. Nada tiene sentido. Cuando eso me ocurre simplemente cojo mi guitarra y me voy a un sitio solitario donde suene el zumbido del viento de fondo y me pongo a tocar. Cuando eso ocurre es como si todo el resto del mundo desapareciera y yo estuviera en una burbuja flotando, en un lugar incierto y lleno de magia. Pero aún así no puedo permanecer tranquilo del todo por que sigo sintiendo que el depredador me acecha.” ¿El depredador?, pregunté sorprendida, ¿Qué depredador? “El mundo es un depredador”, respondió Franky con cierto atisbo de ironía en sus labios, “es una criatura que trata de devorarte, y lo que es peor, trata de robar tu esencia. Es algo que vas inhalando y que ni siquiera percibes. Te hace cada vez más estúpido y más dependiente de otras cosas. Hace de ti un ser sin voluntad ni iniciativa propia, ni sueños, ni nada. Es un depredador incansable que nunca se relaja. Por si fuera poco, el enemigo que llevamos dentro es su fiel colaborador...” Yo sonreí algo desconcertada e hice una especie de mueca de sorpresa; depredadores, enemigos, aquello cada vez se volvía más complicado y profundo. ¿Quién o qué es tu enemigo? Mis palabras sonaron a reto. “No lo sé, dímelo tu”, respondió él tratando de averiguar que veía en sus ojos.
Yo diría que es el miedo a la apatía y a la mediocridad. Tienes miedo a ser uno más en el montón. A vivir una vida repetitiva y vacía, a sentir que tu existencia se reduce a un trabajo monótono y a una realidad solitaria e insulsa. Te asusta acomodarte a esa posición estándar que tanto rechazas. También te da miedo que un día cojas tu guitarra y no tengas nada que decir, que la música y las palabras no broten de tu corazón, y también te asusta que tu familia al final pueda tener razón en cuanto a que estás loco y que eres un estúpido con demasiados sueños y poco talento. “Tus enemigos” también son esas malditas pastillas de colores que parecen hacerte escapar de este jodido mundo pero que en realidad solo te hacen más esclavo. En la época que solías consumirla con asiduidad te sentías una especie de vampiro que no podía escapar de esa especie de maldición y que vivía a costa de la vida de los demás. Esas malditas pastillas hacían salir el lado más oscuro de ti, te hacían ser un zombi desesperado que continuamente caía al vacío. Veo el terror en tus ojos. Pero también veo tu fuerza, tu pasión, tus ganas de luchar. Y vencerás, si realmente quieres vencer, vencerás...
Franky se quedó mudo por un instante. Me dedicó una mirada perpleja y se quedó callado y desconcertado, como si hubiese perdido el habla, inmerso en una mar de sensaciones contradictorias que no afloraban a su rostro pero que se agitaban de forma desordenada dentro de su corazón.
Háblame de ti, le pedí. Él sonrió como si dudara por un instante si era pertinente hacerlo o no, pero acto seguido venció su temor y dijo: “en realidad, no hay mucho que contar. Recuerdo, cuando era pequeño, que solía ir a casa de mis tíos a escuchar viejos discos. Creo que desde siempre me gustó la música. Solía componer canciones en mi mente. A cualquier lugar que iba tarareaba melodías inventadas, siempre fantaseando que estaba ante miles de personas en un concierto y que tocaba con los mejores grupos de rock y esa clase de cosas. Oía canciones y me imaginaba a mí tocándolas y a la gente aplaudiendo a rabiar, vibrando conmigo. Agitaba la guitarra al estilo Pete Townsend y la gente me aclamaba. De niño, mis compañeros querían ser como Michel Jordan o como alguna de las estrellas de fútbol, pero yo soñaba con ser como Robert Plant o Eric Clapton. A medida que fui creciendo las ilusiones fueron caducando, gracias a mis padres, que nunca entendieron mis sueños. Ellos solo querían que yo estudiara algo que me hiciera ganar mucho dinero, o, a lo sumo, que trabajara en el negocio de mi padre. Decían que pensaban en mi futuro, pero era mentira, solo querían hacer de mí alguien diferente a quién en realidad era, un calco de ellos mismos, una extensión de sus ambiciones. En sus mentes no había lugar para los sueños. Siempre fueron como torpes enemigos, atentos para cortar mis alas. Solo trataron de limitar mi cielo, y para ello no dudaban en utilizar tácticas psicológicas como menospreciar mis aptitudes o capacidades. En el fondo me dan pena, son gente de mentalidad demasiado simple, de estrechos esquemas y escasa capacidad de comprensión. Para ellos una obra de Mozart no es más que un sonido complicado y raro, un poema de Lord Byron es algo raro y extravagante y un cuadro de Monet algo que se mira y es agradable pero nada más. El caso es que me resultaba difícil compaginar ambas cosas, por un lado mis sueños y por otro sus imposiciones. Pero cuando tenía trece años, uno de mis tíos me regaló una guitarra. Aquel fue el mejor regalo que nunca nadie me ha hecho, te lo aseguro. Después de eso quise entrar en alguna academia para aprender, pero mi padre, utilizando como excusa mis malas notas, no me dejó. Era su forma de tratar que me cansara de ello. En realidad era un mal estudiante, pero ese tipo de cosas lo empeoraba más por que la rabia hacía que me rebelara y que no me importara nada. Así que lo que hacía era ir a la biblioteca pública y pillarme libros de guitarra e ir aprendiendo de ellos poco a poco. Me pasaba horas en mi habitación practicando, o en algún parque. Al principio fue muy duro por que no lograba adaptarme a ella pero al año más o menos comencé a sentir que aquello funcionaba de forma progresiva y lenta. Durante ese periodo, cuanto mayor me hacía más se deterioraba mi relación con mis padres, hasta el punto de hacerse casi nula, una relación limitada y obligatoria. Ellos me veían como un pobre y estúpido loco, como un chico rebelde que estaba desperdiciando su vida. Para mí eran desconocidos que solo disfrutaban jodiéndome, de una forma u otra. Para ese tiempo había comenzado a tontear con las drogas. Más adelante fui conociendo gente que, como yo, estaba desencantada de todo y que su única razón era tocar. Comenzamos a reunirnos para tocar. Hacíamos versiones de grupos como Pink Floyd, Nirvana o The Cure. Tocábamos en fiestas y pequeños locales, ganábamos algo de pasta, lo pasábamos bien, pero nuestro sueño era componer nuestras propias canciones, hacernos un nombre en la música, ser famosos, tocar en todas partes, y ese tipo de cosas. Entonces, harto de mi familia y su mal rollo me largué de casa. Mi vida se hizo intensa, desenfrenada. No tenía dinero en los bolsillos pero me sentía libre, no necesitaba nada más. Comenzamos a mezclar temas originales con las versiones en nuestras actuaciones y funcionaban, a la gente le gustaba. Eso hizo que más tarde comenzáramos a promocionarnos, grabamos una maqueta. Eso nos hizo sentir esperanzas. Ese año fue muy duro, visitamos prácticamente todas las discográficas, las radios, nos apuntábamos en todos los concursos rock, tocábamos en bares de mala muerte, viajábamos constantemente y utilizaba las drogas como sustento. El caso es que, en uno de esos concursos quedamos segundos, pero un tío de una pequeña discográfica independiente nos oyó y nos propuso grabar un mini “EP” con seis temas, y así lo hicimos. Nos distribuyó por emisoras, nos consiguió donde tocar y estuvimos un tiempo cabalgando en la cresta de la ola. Ojalá no hubiera sido así. Es mejor no conocer la cima de la montaña que sentir que estás a punto de subirte al carro para caerte en el último momento. Llegó entonces el momento de hacer nuestro contrato para grabar nuestro primer álbum. Bueno, el caso es que las cosas no fueron como yo había imaginado. La discográfica quería meter un nuevo miembro sacrificando a Richi, uno de los colegas, por que decía que no daba la talla pues su forma de tocar no se ajustaba al perfil de la banda y chorradas de esas, además de querer cambiar sistemáticamente el concepto que teníamos de la música que hacíamos, haciéndola un poco más comercial y ruidosa y, por si fuera poco, el contrato más o menos nos hacía esclavos de ellos, haciéndonos compartir la propiedad de las canciones, dándonos un porcentaje bajo de retribución económica y ese tipo de historias, así que me negué, pero, al margen de Richi, los otros dos miembros aceptaron la proposición. Yo no quise traicionar a mi colega, ese que había pasado tanto como yo para llegar hasta ahí, ni tampoco traicionar mis ideas. Lo cierto es que las cosas no salieron demasiado bien. Pensaba que con la pasión en mi música era suficiente, pero no fue así. Hace falta estar en el lugar adecuado, tener dinero o gente que te avale, para colarse en este inaccesible espacio. Eso me hizo hundirme en el mundo de la noche eterna y consumir todo lo que caía en mis manos. En el fondo no éramos tan buenos, ninguno de los cuatro, me refiero a que no éramos músicos de conservatorio ni éramos tan buenos como Clapton tocando la guitarra, pero existía esa magia, entre los cuatro forjábamos esa magia, y la música no es otra cosa si no eso, que se lo pregunten a los Beatles. La verdad es que mi idea nunca había sido convertirme en el tipo de músico millonario, perseguido por sus fans, ahogado en su propia vanidad, por que tal vez, al final, me habría ocurrido como a Kurt Cobain, ya sabes. No buscaba nada de eso. Solo quería tocar, disfrutar de lo que hacía, entregarme a mi sueño, conectar con gente que sintiera cosas como yo. Bueno, todo se fue a la mierda. Los otros dos miembros firmaron el contrato, terminamos a puñetazos, Richi dejó la música frustrado, y yo me vi solo y me hundí. Entonces traté de hacer de las drogas mi tabla de salvación, pero en realidad lo que hacía era caer más al vacío. Mi estado era de rabia y desesperación, me hice desconfiado y agresivo. Eso hizo que terminara mal con mi familia y me vi, al final, solo y enganchado, convertido en un vagabundo. Era como estar en el infierno sin poder hacer nada para escapar de él. Fue muy duro, hasta que en una ocasión, unos hijos de puta me dieron una paliza y casi me mandaron al otro barrio. Estuve dos meses en un hospital recuperándome de las heridas y las fracturas y mi tío me recogió y me ingresó aquí. Desde entonces estoy tratando de superar ese monstruo en el cual me había convertido y, te lo juro, no resulta fácil. A veces me pego las noches sin poder dormir y entonces es como si el tiempo se detuviera y esos viejos fantasmas me visitaran de nuevo y me recordaran mi fracaso, y otras veces no quiero hacer otra cosa que dormir y no despertar jamás. Sé que suena estúpido, pero es como si así consiguiera evadirme de este maldito mundo.”
Su voz rasgada se detuvo y pude percibir su corazón triste y dañado, pero en el fondo de todo eso también vi pureza y fuerza, cualidades propias de alguien que es honrado consigo mismo y no rehuye el combate contra sí mismo.
Cántame algo, le pedí, algo tuyo, que hayas compuesto tú. Después de ignorar mi petición y estar un buen rato inmerso en un mar de recuerdos aterciopelados me contestó que no tenía su guitarra a mano. No importa, le contesté. “Está bien”, asintió, y, después de acercarse a mí me cantó en un susurro leve pero desgarrado:
A cada minuto descubro
el sentido de los amargos besos
que la vida dedica al ser errante
que camina un sendero de tinieblas
en un espacio infinito que permanece
dentro de las fronteras de mi corazón,
donde no hay nada que detenga
esta sensación de vacío
que provoca el terror a lo desconocido
que quiere ser conocido para mí,
pero el miedo es un duro enemigo
y me vence y me convence,
de que nunca podré huir de mí mismo,
porque el miedo es un feroz enemigo
que provoca que ese espacio infinito
se haga tan diminuto
que quepa en un pedazo de mi corazón.
(Continuará...)
Fuente:
http://www.jamendo.com/es/track/996543/sesion-7-final-session