Un martes 13. Día de histórico mal agüero.
Llegué del trabajo con ansias de ver tu sonrisa de sol, de encontrar el rescoldo de tu abrazo eterno y los suspiros del ayer.
Solo halle sobre la mesa una carta. Un simple papel escrito de tu mano. Era sencillamente el final.
El corazón se estremeció hasta la angustia y la desazón. La mirada se puso turbia, el pecho quiso romperse en pedazos. Me arrancabas de tu vida como una planta sin frutos. Lloré y me sentí mas prisionero que nunca de tus ojos de mar. Pero ya no pude volver a verte. Lo poco que vi de tí ya era extraño.
Eran ajenos los gestos, era fugáz la palabra de tu boca, te alejaste un siglo de distancia. Se quemaron tus suspiros.
Tú que grabaste en mi alma los días mas felices te perdías en el recuerdo. Me di cuenta que nada había sembrado en tí.
Tu nombre tenía sabor a ausencia.
Hoy tan lejos de todo se que he muerto aunque camino y respiro; se que río en el llanto. Te perdí y lo mas triste es que, quizás, fue mi culpa. Te había esclavizado, te había aprisionado a ti, que siempre volaste como golondrina.
Perdón muchachita... no supe amarte. Hiciste bien en desterrarme aunque eso signifique mi castigo.
Ya ni Diós escucha mis ruegos, no hay consuelo para la pena y el dolor se vuelve amanecer y estrellas. No hay noches ni lunas en el cielo que ayer nos vió amarnos sin pudor. Y te quiero. Tú que eres tan practica para el olvido, aunque juraste amor eterno, eternasmente lo has perdido.
Estoy en el destierro, tal vez nunca vuelvas a verme, se perdió en tu carta manuscrita mi sonrisa y mi corazón se quedó en silencio.
