Carta a mi bellísima Sirena.

Sinopsis: Zaragoza 15 de septiembre de 1980 en “Luna de miel”. 

Anochecía cuando mi esposa y yo regresamos al hotel que se hallaba cerca del río Ebro. Después de quedarme mirando un rato sus revueltas aguas, esa tarde ya habíamos parado en el mismo lugar, le  dije a mi esposa que se fuera para el hotel, que yo me quedaría contemplando el río- escuchar el sereno rumor de las vertiginosas aguas de los ríos me seduce, me da paz, me relaja. Después de un rato de plácida contemplación, decidí bajar al objeto de contemplarle más cerca. Su púdico rumor, su caudal de vida que descendía atropellando  riscos y pedregales embelesaba mi mente.  Lo cierto es que al intentar saltar sobre una pequeña roca para adentrarme aún más en él, resbale, golpeándome  la cabeza con una de las rocas, y perdí el conocimiento. 

En esos instantes en los cuales permanecí  tendido sobre la orilla soñé que una bellísima sirena de ojos azules - mi muerte- me tomaba, mientras me ahogaba, lenta y dulcemente. 

Ante mi tardanza,  mi esposa salió en mi busca y no tardó mucho en encontrarme. Ante la imposibilidad de acceder al lugar llamó a la Ambulancia la cual no tardo en llegar emitiendo su manida cantinela-ruido de sirena que en el relato menciono -. Los encargados de la Ambulancia  me sacaron justo a tiempo del lugar, unos minutos más y el agua del río hubiera encharcado mi vida para siempre. 

Hace poco, ya en Santander ciudad donde nací y resido, me acerque por primera vez a Fontibre-Reinosa- nacimiento del río Ebro. Una vez en el lugar  se me vino a la cabeza, como   para olvidarlo, lo ocurrido hace  treinta años.Después  de contemplar el lugar, arranqué la hoja de un árbol cercano y la pose en el río .Con el aún vaho de vida que poseo   sople sobre la misma abrigándola a transitar río abajo con la intención de hacerla llegar flotando hasta  el lugar donde mi bella sirena de ojos azules, yo consideroque la muerte es la belleza de la vida,  un día quiso atraparme sin, por azarosa ventura, conseguirlo de momento. 

Carta a mi bellísima  Sirena.  
Abrazados junto al torrente río de apacibles brazos, noble cuna y raza, que húmedo de tantas tierras de España se mece junto a la virgen Pilarica, mi recién esposa oprimía con fuerza mis manos, temerosa de que la turbia corriente se llevase aquellos bellos momentos de amor.   Irasciblemente encrespado, el río Ebro se asomaba al precipicio de nuestros balcones ojos, harto de retahílas resacas. Fue allí, entre sus bordes indisolubles agitados de lobreguez, cuando te vi por vez primera varada entre un remanso de ocre espuma. Recuerdo que tus grises labios me suspiraban besos a la vez que tu cuerpo de escamas plateado hilvanaba libidinosos arrumacos. Sórdido de palabra alguna y asombro tentador ante tus rubores de Sirena dulce, no cejé de mirarte ni un sólo instante, hasta que mi esposa, absolutamente ajena a nuestro acontecer, tomó mi mano y me alejó de ti. Encinta caía ya la tarde, y habíamos quedado en visitar el Pilar.   De regreso, al pasar de nuevo por el lugar me paré a mirar hacia el lugar del río donde te vi por primera vez.     

Mi esposa me dijo: -¡Ten cuidado, no te acerques tanto al río, no vayas a caerte!-   -No te preocupes- recuerdo que la dije -ahora mismo voy- mientras ella se encaminaba hacia el hotel.   Amparado por la luz de las farolas que embargaba la noche y la nubla Luna  que acechada de espuma celeste  transitaba mostrando su impúdica desnudez, decidí aproximarme a  tu mojada alcoba. Harto henchido de tu sortilegio, salté la barandilla que cercaba el río sin hacer más ruido que el que se hace cuando uno no desea hacerlo. Seguidamente, a hurtadillas me encaminé hacia el borde de tus dulces sabanas. Fue entonces cuando pude observar nítidamente, entre la palidez plateada de la noche, tu sombrío rostro y la lóbrega melancolía de tus azules ojos.         Los minutos fueron pasando entre cávalas de crepúsculos mientras atónito te observaba. De repente me dijiste. -Ven, abrázame. -  Tu arcana voz me impregnó el alma de escarcha y la decisión de duda. El miedo se apodero de mi ser y mi vida, tenebrosa de niebla, comenzó a tiritan mientras inconscientemente retrocedía.   

-Ven, abrázame, no temas - volviste a decirme.  

Ante mi indecisión me abrazaste harta efusiva de efervescencia. Quise huir pero tú me lo impediste tomándome de las manos. Seguidamente acercaste tu rostro al mío, aún llevo en mi piel tu impávido cutis escamoso que me abrasa la vida, y un frío sudor, cual lava ardiente comenzó a manar por mi frente.  

Ardientemente fría, aferraste mi boca hasta lograr besarme, tu saliva, cual savia de azufre, me quemaba el paladar.   Impotente ante tu mortal abrazo elevé la vista al cielo intentando divisar los luceros testigos de mi vida; Ante la imposibilidad de apartarte me puse a llorar; candentes lágrimas aquietadas de bruma se precipitaban siguiendo el cauce de mis ojos, mientras mi alma tiritaba, víctima impasible de una feroz angustia.      

Con el último hálito de vida, logré arrebatar al nocturno céfiro un mínimo átomo de oxígeno apartando mis labios de tu podrida lengua que sabía a muerte.   Sin embargo no fue suficiente y acabé por abrir de nuevo mi boca a la acuosa textura de tus labios...   Los recuerdos de mi vida fenecían ahogados entre las platinas aguas del río, cuando me pareció escuchar la nocturna cantinela de un búho henchido de melancolía...   Por suerte para mi vida, la mencionada cantinela no era otra cosa que la sirena voz de una Ambulancia que venía a socorrerme.    Hoy, treinta años después, por más que lo intento no consigo comprender por qué me citaste a la vera del río. Es tanta la curiosidad que en la actualidad me embarga que he decidido remitirte esta alegaba  hoja  desde Fontibre, nacimiento del   Ebro.   Espero y deseo, aunque los árboles vecinos del río, apenas ahora sus dedos mecen, que la brisa  te haga llegar corriente abajo la misma..   Sin más; A mi perpetuo amor, adorable y eterna Sirena de mi muerte que plegada a mí vive.   

Autor: Ivanla.