Hace veinte años ocurrió un hecho que marcó la historia de nuestra civilización. Ha sido la revolución más silenciosa y crucial de la historia humana. Aparecieron unos aparatos sorprendentes llamados ordenadores que se moldeaban a nuestros deseos. Aprendiendo su lenguaje y su lógica te comunicabas con ellos. Eran niños a los que enseñabas paso a paso y hacían lo que quisieras y lo repetían una y otra vez de la misma forma, incluso con los errores que tú habías cometido.
El tiempo fue pasando y los hijos de aquellos ordenadores adquirieron cada vez más capacidades. Realizaban más tareas y mucho más rápidamente que sus padres. Su lengua, cada vez más elaborada, permitía múltiples matices. Te entendían mejor y más fácilmente. Al principio vivían solos, alejados de otros congéneres y no se comunicaban entre sí.
Con el paso del tiempo aprendieron a hablarse y formaron pequeños pueblos. Colaboraban para realizar trabajos. Su charla cambiaba el silencio inicial por un murmullo constante. Luego construyeron caminos entre los pueblos y descubrieron que no estaban solos ni eran únicos. Existían muchos otros repartidos por el mundo y podían hablarse entre sí. Su murmullo se convirtió en una charla incesante que iba y venía entre los diferentes pueblos. Esta ola alcanzó a todo el mundo y se convirtió en un gigantesco tsunami que sentó las bases de una nueva sociedad, dejando en el olvido la antigua. A partir de este momento todo fue diferente en el mundo humano. Llegó un momento en el que no se concebía ninguna actividad sin la ayuda de estas máquinas. Estaban presentes en todo.
Sin embargo, deseo que pase el tiempo y que en un futuro los ordenadores me entiendan en mi lengua materna, que me acompañen a todas partes en forma de gafas, relojes, auriculares o cualquier otro accesorio, que me informen al instante, que la comunicación con otros humanos sea instantánea, que el mundo se convierta en una pequeña aldea, que mis diferencias sean una ventaja, que allí donde yo vaya el planeta esté siempre accesible, que... ¡se vuelvan más humanos!
En fin, contradiciendo mi carácter vulcaniano, albergo muchos sueños para esas máquinas y quiero verlos realizados algún día. Mientras tanto sólo serán deseos insatisfechos de un soñador oculto.