En un artículo anterior hablábamos de las esperanzas que ponen los ciudadanos en el estado en función de la aceptación o no de su propia espiritualidad, pero tal vez valga la penar reflexionar sobre las implicaciones que tal aceptación o rechazo tiene para quien ejerce el poder. Porque las consecuencias que se derivan naturalmente de la aceptación o no de la propia trascendencia implican que ante un mismo problema los gobernantes tomen decisiones contrapuestas.
Así, si la felicidad del individuo está en relación con su armonía espiritual, no habrá pues responsabilidad alguna del gobernante más allá de la gestión de los recursos comunes, y dicha gestión deberá realizarse conforme a los parámetros políticos socialmente establecidos y aceptados. Así, el gobernante ideal deberá ser garante del interés general, la paz social o, dicho en lenguaje de las épocas de bonanza, del bienestar.
Sin embargo, si ha de ser el estado el responsable de que sus ciudadanos alcancen la felicidad (porque éstos la identifican con los logros materiales) será una grave irresponsabilidad del gobernante sustraerse a la obligación de establecer los mecanismos por los cuales dicha felicidad debe ser alcanzada.
Dicho de otra forma, el estado no sólo deberá en este supuesto poner a disposición de todos y cada uno de lo ciudadanos los recursos necesarios para su enriquecimiento personal. Además no debería penar con impuestos dicho enriquecimiento, sino todo lo contrario, ya que un ciudadano rico sería un ciudadano feliz y, por tanto, un triunfo del estado, que no debería limitar la felicidad (los bienes) de sus ciudadanos.
Por tanto, las decisiones de un gobernante agnóstico serán tanto más acertadas en la medida en que reduzcan los impuestos de los ricos lo que, en definitiva, no significa otra cosa que aumentar las diferencias sociales
¿Pero debe ser objetivo del estado procurar la felicidad de sus ciudadanos?
La respuesta, ya hemos visto, sólo puede ser afirmativa desde el agnosticismo, y esa opción se contradice, curiosamente, con la tendencia de este tipo de gobiernos a la reducción de las diferencias sociales, aunque explica, eso sí, su corrupción, ya que la coherencia profunda de su esquema moral permanece intacta y siendo así ¿a quién le importan los ciudadanos?