El pobre de Cicerón, que seguramente lo era, no tiene, sin embargo, culpa alguna de que lo llamemos así, pero el hecho de ser recordado como uno de los más grandes oradores de la historia conlleva riesgos como éste.
Porque la retórica clásica tiene, en último término, la culpa de que las razones de cualquier contienda dialéctica sean inaprensibles para el ciudadano de a pie. Ya puede tratarse de una campaña electoral, de un programa del corazón o de la pugna intelectual entre Nabokov y Salinger, la dialéctica de todas ellas responde a tres mecanismos básicos (cada uno con su correspondiente término griego, que a nadie importa, y que Cicerón ya se encontró), que se recomiendan ante la debilidad de los argumentos propios (hey, es importante recordar esto para el análisis de los discursos a partir de ahora)
-El primero de los métodos consiste en demostrar la falsedad de una parte del argumento contrario, hecho lo cual, sólo cabe inferir la falsedad de todo el argumento contrario.
-El segundo se basa en afirmar una parte del argumento contrario y, haciéndolo, llevar tal afirmación hasta el extremo, hasta tal punto que las consecuencias de tal afirmación sean intolerables y el paroxismo acabe desvirtuando la totalidad del argumento contrario.
-El tercero es, desafortunadamente, el más habitual en la actualidad, y no es otro que desacreditar públicamente al orador oponente, con lo que su argumento pierde crédito.
-Habría un cuarto, método menor, derivado del anterior, a utilizar en casos desesperados, consistente en tomar un ejemplo, sensible, emocional, de las consecuencias de la generalización del argumento opuesto, para demostrar la bajeza moral de quien lo propugna o defiende.
Se trataba, entonces como ahora, de destruir razones sin exponer las propias, de lo que se colige que jamás en pugna dialéctica alguna será posible llegar a una conclusión basada en argumentos.
No es algo nuevo pero lo peligroso es tomárselo demasiado en serio, como bien sabían Quevedo y Góngora y como, sin duda alguna, habría comprendido el hideputa de Cicerón, con el que he utilizado el tercero de los métodos.
Pero no olvidemos que estas recomendaciones se dan sólo para casos de debilidad argumental, de manera que es muy probable que yo tampoco esté en lo cierto...O sí?
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