Un sujeto sin filiación descrita llega a un viejo caserón de una zona semirural de uruguay. No es el propietario, pero sin embargo es allí donde pretende instalarse para vivir. Las habitaciones están invadidas por el polvo y la humedad, la electricidad no funciona... Finalmente el sujeto decide aventurarse en la noche lluviosa e inclemente e intentar llegar a un almacén cercano donde proveerse de lo imprescindible para poder cenar y dormir esa noche en el viejo inmueble.
Inevitablemente se desorienta, se pierde, no sabe dónde está la casa ni el almacén. Hace auto-stop y es recogido por un camión que transporta basura y que incorpora en su equipaje a una pequeña y atractiva mujer. Ésta ignora con desdén al sujeto, pero imperceptiblemente se le va aproximando hasta que sus muslos se rozan. Pronto el sujeto abandonará el camión. Pronto llegará a un poblado raro que se hace llamar ciudad, en medio de la nada, y en el que percibirá a cada momento un extraño pero casi imperceptible desajuste de la realidad, una sensación de que el orden natural de las cosas se quiebra en ese espacio, una sospecha de que tal vez todos los habitantes de ese lugar están tan sólo actuando, para convencerle de que se quede allí, de que no abandone nunca la ciudad...
No sé si con este resumen haré atractiva la última novela que he (re)leído,“La Ciudad”de Mario Levrero, una de esas obras que exploran la extrañeza de las cosas desde el lenguaje más diáfano y el relato de hechos cotidianos... o no tanto. Un autor muy original, fuera de corrientes literarias, que a lo largo de su vida cultivó un perfil bajo, ejerciendo además de fotógrafo, librero, guionista de cómics, humorista y redactor jefe de revistas de ingenio. Y además su apellido parece hacer homenaje al tono de su obra, ya que rompe una de esas leyes de ortografía que nos enseñaran en la extinta EGB y que parecía inquebrantable...