Cómo me pone ese hombre bajito, pero con el cuello muy estirado y sacando pecho, con andares garbosos,tipo John Waine, y pisando fuerte, sabedor de que nadie puede ignorar su imponente presencia. Sobretodo cuando le asoma el tupido vello por la estudiadamente desabotonada camisa y, por qué no, también por las aletas de la nariz. ¿Y cuando se acerca a la barra del bar a primeras horas de la mañana, con el atrayente olor a 'Abrótano Macho' y, dando un fuerte golpe en el mostrador, pide con autoridad:
-¡Un cortao y un 'Machaco'!-.
He de reconocer que esto último me pone 'a cien'. Por supuesto, las mujeres que no lo reconocen es porque les da vergüenza admitir que, en una época en que los hombres cada vez se parecen más a los ángeles pintados por Miguel Angel en la Capilla Sixtina, lo que realmente nos atrae de ellos es su genuina masculinidad hispánica, la de la 'piel de toro', con esa voz entre aguardentosa y tabaquera, enérgica y autoritaria (me derrito sólo de pensarlo) con la que nos ordenan algo. A qué mujer no se le eriza el vello cuando su hombre le grita:
-¡Ven aquí mi jaca!-. Impresionante.
No me diréis, queridas mías, que cuando vais acompañadas por uno de estos magníficos ejemplares y algún iluso osa dedicaros un piropo, no os llena de orgullo ver como vuestra pareja se abalanza hacia el atrevido cretino y le da de puñetazos ¡Dios, que escena!
También me gusta esa tripilla que les sobresale del pantalón y hace que éste quede por la cadera, aunque también les queda de maravilla cuando se los ponen muy altos y con el cinturón bien apretado; se les ve más estilizados, creo.
La verdad es que me pongo a pensar y siento lástima de todas esas mujeres que se ven privadas de conocer la verdadera masculinidad y se ven condenadas a vivir una feminidad a medias, sin que nadie les demuestre lo frágiles que son y cuánto necesitan a un macho alfa que las dirija y proteja. Pobrecillas, tan autosuficientes y discutiendo todo el día sobre quién llevará los niños al colegio o sobre quién hará la comida, y metiéndose todo el día con sus pobres maridos sobre la ropa que se ponen o porque escupen en el suelo. Es patético. No me extraña que después veamos por ahí a hombres vestidos de marca y con el pelo largo, tan afeitados y perfumados que no excitan ni a la más necesitada de las mujeres. Cuando se darán cuenta de que lo que realmente nos pone a nosotras no es el chico de la Coca-cola, sino el albañil que representa, con su sudor natural de dos días, su pañuelillo anudado en las cuatro esquinas sobre la cabeza y el ingenio de sus siempre verdísimos piropos, por no hablar de cuando se quitan la parte de arriba del mono y nos deleitan con la visión de sus torsos en camisetas sin mangas,-vamos, las blancas de tirantes de toda la vida-.
Soy consciente del arrebato que estoy produciendo en las mujeres, sobretodo en las jóvenes, con estos comentarios. Es normal chicas, se debe a la visión de nuestro macho ibérico y a sus irresistibles encantos. A resumir y para que les sirva de guía e inspiración a los hombres, haré una relación, a modo de decálogo, de lo que más admiramos las féminas en ellos:
-El genuino sudor masculino, sin aderezos que lo enmascaren, por lo que es importante no ducharse mucho, una o dos veces a la semana como mucho, y sobretodo, usar siempre prendas que se hayan sudado previamente.
-Los escupitajos, pero con consistencia y disparándolos a la mayor distancia posible.
-Acariciarse la abultada barriga después de una copiosa comida, a ser posible separándose de la mesa y estirándose sobre la silla ( ancestralmente, señal inequívoca de semental bien alimentado).
- Cuidar el aliento. Para ello, usar una mezcla de anís (vale cualquier marca) y/o brandy, ceniza de cigarro puro barato (son los más aromáticos), esto último para los no fumadores y café negro, todo ello a partes iguales y a modo de colutorio tres o cuatro veces al día.
- Colocarse el 'paquete', aunque no existan molestias, siempre que haya chicas delante y, si no surte el efecto deseado, repetir la operación cuantas veces sea necesario.
- Hacerse con el mando de la tele y no soltarlo ni para dormir, cambiando continuamente de canal, señal de poder que impone mucho.
- Piropear con los adjetivos más guarros que le se ocurra a uno; eso nos encanta.
- Pelearse a gritos y a puñetazos con cualquiera en cuanto surja la ocasión.
- Alardear de todas las conquistas, reales o no, incluida la nuestra, delante de los amiguetes. Es graciosísimo.
- Hacer de mecánico, fontanero o carpintero, aunque no se tenga ni idea, usando muchas herramientas y armando el suficiente estropicio como para que las mujeres nos demos cuenta de su desenvoltura y destreza en estos campos ¡Qué menos que quitar nosotras el resultado de su trabajo!