| | Tiro al blanco | | |
| | Un chaval llega a una tienda de material deportivo y le pide al vendedor que le enseñe la mejor mira telescópica que haya para su rifle.
- Esta es la mejor del mercado, tanto que si miras hacia la cima de aquella montaña podrás ver en mi casa el nombre del perro en la caseta.
El chaval enfila la cima con la mira y empieza a reir.
- ¿De qué te ries chaval?, pregunta el vendedor.
- Es que estoy viendo en el jardin a un tío en bolas corriendo detrás de una tía en bolas.
El vendedor coge la mira, la enfila para su casa y empieza a enrojecer y echar humo por las orejas. Coge dos balas y se las da al chaval diciéndole:......
- Vamos a hacer un trato. Te doy estas dos balas y, si aciertas con una en la cabeza de mi mujer y con otra en la polla del tío, te regalo la mira telescópica.
El chaval coge el rifle, la mira y las balas, pone el ojo en la mira y apunta el rifle hacia la casa. Despues de un momento de indecision le dice al vendedor:
- Creo que puedo hacerlo de un solo tiro. | | | | | | | Quizás también te interese: (14 votos: promedio 8.5 sobre 10) | |
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| | | | El señor regresó a su casa de un viaje, y al llegar descubrió que no traía la llave. Tocó el timbre, y le abrió una chica a la que nunca había visto. “¿Quién eres?” -le preguntó. “Soy la nueva muchacha de la casa” -responde ella. Al oír eso el marido decidió jugar un poco con la situación. Saca el estuche con el bello collar que había comprado para su esposa, y le dice a la criadita: “Por favor dile a la señora que este regalo se lo manda un admirador suyo que espera en la puerta su respuesta”. A poco regresa la muchacha, y le informa: “Dice la señora que le agradece mucho el regalo, y que le deje por favor su número de teléfono. En este momento no lo puede recibir, porque espera a su marido de un momento a otro
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En la habitación del hotel donde pasarán la noche de bodas, la recién casada, ya recostada en el lecho, le dice con anhelosa voz a su flamante maridito: “¡No puedo creer, mi vida que estemos ya casados!’’. Él no responde. Vuelve a decir la muchacha: “¡Temo que todo esto sea un sueño!’’. Otra vez silencio por parte del esposo. “De veras -insiste ella-. No puedo convencerme de que ya eres mi marido, y yo tu mujer’’. “Ahorita te convenzo -dice por fin él-. ¡Deja nomás que pueda desabrocharme esta maldita cinta del zapato!’’.
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Un vagabundo encontró tirada en la calle una cartera con dinero. Pasó frente a una zapatería, y dirigiéndose a sus pies les dice: “Voy a hacerles un regalo, piecitos míos’’. Entra y se compra un par de zapatos. Pasa después frente a una tienda de departamentos. Tocándose la cabeza le dice: “También a ti te voy a regalar algo, cabecita mía’’. Entra y se compra un sombrero. Pasa luego frente a un restorán, y dirigiéndose a su estómago le dice: “Tú también tendrás lo tuyo, pancita mía’’. Entra y pide una comida suculenta. Por último pasa frente a una casa de mala nota. Se detiene, y hablando hacia su entrepierna dice: “Tú tendrás que perdonarme, bonita. El dinero no alcanza para tanto’’.
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La mamá de Pepito llegó de la maternidad llevando en los brazos a su nuevo bebé. Pepito y su hermanita contemplaban arrobados a la criatura. De pronto la niña levanta la mirada y le pregunta a su mamá: "Mami: ¿y a dónde se fue la cigüeña después de que te trajo a Pepito, al bebito y a mí?''. La mamá se desconcierta al escuchar aquella súbita pregunta. Pero Pepito se apresura a contestarla: "¡Yo ya sé a dónde se fue! ¡Al pantalón de mi papá!'' Aquel pobre infeliz de nombre Malquerido tenía muy mala suerte con el sexo femenino. Iba a una casa de mala nota, y todas las mujeres le decían que esa noche les dolía la cabeza.
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Un señor le confió a otro. “Mi esposa tiene un método anticonceptivo que nunca falla. Antes de ir a la cama se quita el maquillaje”.
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Después del trance amoroso la muchacha le dice a su galán: “Yo recibí una educación muy rigurosa. Jamás pensé que llegaría a practicar el sexo prematrimonial”. “Esto no es sexo prematrimonial -le dice el galancete-. No tengo la menor intención de contraer matrimonio”.
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Contaba un señor de edad madura: “Allá en tiempos de nuestra juventud los amigos de mi edad copulaban con todo lo que se movía. Yo, sin embargo, nunca vi razón para limitarme así”.
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El cazador llega muy nervioso al campamento. Llama aparte a uno de sus compañeros y le pregunta: "Dime: ¿llegaron ya todos los muchachos?''. "Sí, -responde el otro-. Todos están ya aquí''. "¿Y los guías?''. "Llegaron también, junto con ellos''. "Dime: ¿y los perros?''. "Ya están todos aquí, también''. "¿No falta ningún caballo?''. "No falta ni uno solo''. "¿Y no ha venido alguien a quejarse por la muerte de un burro o de una vaca?''. "No, no ha venido nadie''. El cazador toma del brazo al compañero y le dice con voz emocionada: "Entonces ven conmigo. ¡Creo que maté un venado!''
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81) **#**con sus mamás**&****&** Aquella joven mujer trabajaba en una guardería. Le dice su marido: "No sé qué te pasa, pero nomás empiezan las vacaciones te noto inquieta, preocupada''. "Tienes razón -responde ella-. Me angustio pensando que mis pobrecitos niños están solos con sus mamás''
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Aquella pareja estaba pasando su luna de miel en Cancún. Le dice la insaciable noviecita a su exhausto, agotado y exánime marido: "¡Pero, mi amor! 2 mil pesos nos está costando el cuarto cada día ¿y tú quieres tomarte un descanso?''.
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Un hombre iba manejando por la carretera. Lo acompañaba su mujer, que era sorda. En eso un oficial de tránsito detuvo al conductor. “Va usted a exceso de velocidad” . La mujer se dirige a su marido, ansiosamente: “¿Qué dice? ¿Qué dice?”. Responde el tipo: “Dice que voy manejando muy aprisa”. Le pregunta el oficial al señor: “¿De dónde es usted?”. Y la mujer, poniéndose una mano en el oído: “¿Qué dice? ¿Qué dice?”. Contesta el marido: “Quiere saber de dónde somos”. Volviéndose hacia el oficial le informa: “Somos de Puebla. Exclama el patrullero: “¡Ah! ¡En esa ciudad tuve el peor sexo que he tenido en mi vida! ¡No recuerdo bien a la mujer con la que estuve, pero era pésima en la cama; la más fría, torpe, inepta y aburrida mujer que he conocido!”. “¿Qué dice? ¿Qué dice?” -vuelve a preguntar la esposa tendiendo la oreja con ansiedad mayor. Responde el marido: “Dice que le parece haberte conocido alguna vez”.
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El juez le pregunta al acusado: “¿Cómo puede usted probar que estaba ebrio cuando hirió a su señora suegra?”. Replica el individuo: “Porque le tiré como 20 piedras, y sólo con una le atiné”.
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La adivinadora de la suerte le informa a la muchacha: "Pronto llegará a tu vida un hombre rubio y de ojos azules''. "¿De veras? -se entusiasma ella-. ¿Cuándo?''. Responde la mujer: "Eso podrá decírtelo mejor tu ginecólogo. Yo lo único que sé es que estás embarazada''.
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Aquel señor fue con el médico a fin de que le hiciera un examen prostático a fondo. El facultativo, hombre joven, le pidió que se empinara, poniendo al aire la parte necesaria para la práctica del examen referido. Así lo hizo el señor, con la inquietud propia del caso. Procedió entonces el doctor a lavarse las manos, ponerse talco en ellas y colocarse los guantes de uso en tales casos. Mientras hacía todo eso decía con voz tranquilizante: “Cálmate, Rigoberto. Éste es un examen de rutina. Sé que es tu primera vez, pero no hay por qué ponerse nervioso. No estés tenso. Relájate, no tiembles, tranquilízate; y ya verás, Rigoberto, que todo sale bien”. Al oír aquellas palabras tendientes a serenarlo dice el paciente: “Oiga, doctor: yo no me llamo Rigoberto”. “Pero yo sí” -responde vacilante el médico.
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Una mujer en flor de edad, casó con un octogenario caballero. Lo hizo por amor. Por amor al dinero del caballero. Recién había llegado ella a la cuarentena, y debía mirar por su futuro. Pensó que el señor estaba ya tan vetusto que seguramente en la mismísima noche de bodas podría despacharlo al otro mundo con un buen trabajo de carácter erótico sensual. Ya en la habitación donde pasarían la noche nupcial, ella dejó que su desposado entrara al baño a arreglarse para la ocasión. Ella vistió un vaporoso negligé que dejaba expuestos sus pródigos encantos; adoptó una lúbrica actitud, y se dispuso a poner en ejercicio todas sus artes de voluptuosidad a fin de sacarle la vida al carcamal, que ciertamente no aguantaría aquel amoroso combate, y en él entregaría la existencia. Pero ¡oh sorpresa! Se abrió la puerta del baño y apareció el añoso galán. Lucía, a más de una sonrisa una libidinosa expresión de lujuria pasional, una ingente virilidad que llevaba cubierta ya por un preservativo. Además -cosa extrañísima- traía puestas unas orejeras, y la nariz tapada por una horquilla de ésas que se usan para colgar la ropa. Ella había tenido toda suerte de experiencias en materia de erotismo, pero no pudo evitar un gesto de sorpresa al ver a su flamante marido en esa traza. Le preguntó, asombrada: “¿Para qué el preservativo?”. Responde él: “No quiero que encarguemos familia. A tu edad eso podría ser peligroso”. “Entiendo. Pero ¿esas orejeras, y esa horquilla que te tapa la nariz?”. Explica el viejo: “Si hay algo que no puedo soportar son los gritos de una mujer, y el olor a hule quemado”.
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El amor no tiene cura, pero es la única medicina para todos los males. –
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En aquel pueblo vivía un hombre al que Todos le decían “El optimista”, pues ante cualquier desastrada situación tenía una frase que repetía siempre: “La cosa pudo haber estado peor”. Un día, en el café, un contertulio entró corriendo y anunció con dramático acento: “¡Acaba de suceder una tragedia! ¡Don Pancho llegó de un viaje y sorprendió a su mujer con un amante! ¡Los mató a los dos, y luego se suicidó él!”. Todos guardan silencio, sobrecogidos por aquel intenso drama pasional. Nuestro amigo el optimista rompe el silencio y dice: “La cosa pudo haber estado peor”. “¡¿Cómo puedes pensar eso?!” -exclaman todos con indignación. “De veras -confirma él-. Si don Pancho hubiese regresado ayer, uno de los tres muertos sería yo”.
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En el parque de la ciudad había una reproducción de la estatua “El beso”, de Rodin. Cierto día bajó del cielo un ángel; rozó con sus alas el frío mármol de aquel grupo escultórico, y las desnudas estatuas del hombre y la mujer cobraron vida. Les dice el ángel: “Este milagro durará sólo 10 minutos. En ese tiempo pueden hacer ustedes lo que quieran”. El hombre y la mujer cambiaron una sonrisa pícara de entendimiento, y tomados de la mano desaparecieron atrás de unos arbustos. Pasados 5 minutos salieron de ahí con gesto de gran satisfacción. Les dice el ángel: “Les quedan otros 5 minutos. No los desperdicien”. Le pregunta el hombre a la mujer: “¿Hacemos otra vez lo mismo?”. “Está bien -responde ella-. Pero ahora me toca a mí: tú detienes a la paloma y yo le hago lo que las palomas nos hacen todos los días a nosotros”...
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Una abuela que va paseando con la nieta y se encuentran con el borracho. y este dice: addiosshh biiscoshito... y dice la abuela: ¿que ha dicho?' he disho biiscosshito...no pan de muerrto.
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