Es un relato corto sobre un personaje creado por el autor.
Dicho personaje, un tanto peculiar, atiende al nombre de Cándido (muy apropiado para él).
En mi vida he tenido la suerte, y a la vez la desgracia, de pasar por un cúmulo de trances que, en muchas ocasiones, han puesto a prueba todas mis dotes de observación, sagacidad, raciocinio, equidad y sentido de la justicia.
Hoy, tras muchas vacilaciones, me he decidido a dejar constancia escrita de una experiencia que ha dejado en mi alma una huella imborrable y que, en mis sueños más apasionados, confundo con un amor a todas luces imposible.
Respondo al nombre de Cándido. Es un nombre injusto. Más bien parece un contrasentido ya que, a fin de cuentas, me considero una persona muy perspicaz, con una gran capacidad de analizar las cosas en sus más ínfimos detalles y con una alta fiabilidad demostrada en el momento de llegar a conclusiones que una persona normal no podría ni ser capaz de imaginar.
Tengo 38 años y vivo con mamá. La pobre, está enferma y casi no puede moverse. De su cuidado se ocupa una vecina, la señora Maruja, que la atiende desde las nueve de la mañana hasta las ocho de la tarde que, una vez cenada, la acuesta.
La historia empezó no hace aún un par de meses, cuando unos nuevos vecinos vinieron a vivir al piso inmediatamente superior al nuestro. Era una pareja joven.
A él le he visto muy pocas veces, pero ya desde el principio me cayó muy mal. Alto, bastante corpulento, pelo largo y con barba del día anterior.
Ella en cambio, es la divinidad en persona. De estatura media, muy simpática, con el pelo cortito y pelirroja, unos ojos muy saltones y con unas lindas pequitas que adornan su cara. Podría hablar de otros detalles de su físico, pero soy un caballero y prefiero no mencionarlo.
La conocí en el ascensor. Entramos en él los dos solos. Al cerrarse la puerta y fijarme en ella me quedé sin habla, como atontado.
-Buenos días-, me dijo con una graciosa sonrisa. -¿A qué piso va usted?-, preguntó después.
-Yo…, pulse usted primero, por favor-, acerté a contestar.
Pulsó el octavo. A pesar de que subimos un piso por encima del mío, nunca me pareció tan rápido el ascenso como aquel día. Hubiera deseado que no terminara nunca.
-Yo…, yo vivo en el séptimo segunda-, le dije, no se por qué, cuando ya salía.
-¡Ah! Pues mi marido y yo somos sus nuevos vecinos del piso justo encima del suyo. Encantada de conocerle-, me contestó mientras me tendía la mano sin dejar de sonreir.
-El…- no me salían las palabras, -el gusto es mío-, dije al fin, estrechando con mucha suavidad aquella delicada mano.
Si no se tratara de una mujer casada diría que me había enamorado, tal fue la impresión que causó en mi. Pero hay cosas que son sagradas y que un hombre como yo debe respetar siempre.
Aquella noche me acosté bastante tarde ya que, después de cenar, me senté un rato en el balcón donde se estaba bastante fresquito, para intentar calmar un poco mi calenturienta cabeza. No había podido quitarme aún de la mente aquella imagen de mujer.
Poco conseguí, salvo que al final el sueño comenzara a vencerme y entré a acostarme.