"El ángel intruso" (Capítulo 3)
Francisco Sánchez
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El viejo desconocido fue acogido en el albergue municipal. Allí había poca intimidad. La gente miraba recelosa a todo el que estaba a su alrededor. Todos parecían compararse con los demás y pensaban que eran diferentes, que habían tenido demasiada mala suerte, pero como le dijo la primera noche a un viejo alcohólico que lo había perdido todo: “la diferencia entre tú y los demás solo estriba en tu pasado y no en ti mismo”. El viejo miró a su alrededor y sintió el desaliento que allí se respiraba. La mayoría de ellos se sentían desahuciados por la vida que les había tocado, y, la mayoría se sentían incapaces de montarse en el tren de una sociedad demasiado egoísta y estúpidamente esclava de sí misma y de su superficialidad, y tal vez por eso preferían dejarse llevar por una sensación derrotista y apática que les impedía pensar en que las cosas mejorarían con el tiempo. Les comprendió y se sintió frágil. Tal vez en un mundo más auténtico y equitativo todas estas personas serían diferentes, más completas. Se dio cuenta que incluso allí, en la más ínfima soledad y en la mayor miseria, la gente seguía siendo despiadada y tirana. Todos se quejaban de lo remilgados y pretenciosos que era la gente pudiente, pero algunos de ellos, a su vez, utilizaban su agresividad y fortaleza para avasallar a otros, generalmente a los más débiles dentro de los débiles, y a los más miserables dentro de los miserables. Bueno, tal vez fuera algo innato en el ser humano. Observó, justo cuando apagaron las luces, a un tipo de unos cuarenta y cinco años, de pelo rizado y sucio, acosar a un pobre viejo demacrado de barba canosa, hombros caídos y ligera cojera, e incluso se permitió la licencia de empujarlo y de tirarlo al suelo. Se acercó cuando este le quitaba una de sus flamantes zapatillas de deporte y el viejo inválido estaba de espaldas al suelo.
- Disculpe señor, ¿Qué está haciendo usted?- Le preguntó con la mayor naturalidad.
- ¿Qué quieres gilipollas, también quieres recibir lo tuyo?- Preguntó este con una manifiesta actitud desafiante.
- No solo es usted un delincuente despiadado, además es un maleducado.
El tipo enfadado dejó la zapatilla deportiva y se le acercó como un león a punto de morder. En su sucio rostro vio reflejada la estampa de una feroz bestia. Le metió la cabeza tratando de intimidarle, como si le fuera a topar.
- ¿Qué pasa eh, eh? ¿Qué pasa?- El viejo olió el tufo insoportable de su aliento. Le empujó un par de veces con los brazos extendidos como lanzas.
No le dijo nada, dio media vuelta y se dirigió por un deteriorado pasillo al funcionario de guardia.
- Disculpe señor, creo que hay un joven que está robando y maltratando a otro señor mayor e inválido.- Le dijo al funcionario de turno, que descansaba en su pequeña guarida acondicionada. El tipo estaba viendo un estúpido programa de televisión. En un primer instante no dijo nada. Se vio sorprendido por el viejo, pero después reaccionó y dijo: “bueno, que mañana ponga una reclamación”.
Captó la indirecta con consternación, así que se dirigió hacia el viejo hostigado, que estaba tendido sobre la cama y observó que hablaba solo: “claro, es lo más fácil, atacar a un pobre viejo, sí, atacar a un pobre viejo. Lo quieres y te lo llevas, así de fácil. Y yo qué hago ahora. Me lo dio Beatriz, y ahora qué le digo yo. Ese hijo de puta es un cobarde de mierda que solo ataca a los viejos. Tengo la medalla al valor, ¿es que eso no vale nada? Estuve en la guerra, era cabo, y me dieron una medalla, ¿Dónde está mi medalla? Ah la tiene Beatriz, pero cuando Beatriz me vea pensará que vendí los zapatos para comprar vino, sí, pero no los vendí, no, me los quitó ese hijo de puta...”
- Hola amigo, ¿cómo está?- Le preguntó sentándose en la cama, a su lado.
El viejo dio un brinco, asustado. Le miró con ojos desorbitados y trató de incorporarse pero estaba demasiado torpe para hacerlo de forma rápida.
- ¿Qué quieres, qué quieres? No tengo nada más, no tengo nada más... Déjame en paz, sí, déjame en paz...
- Tranquilo amigo, tranquilo... Solo quería saber si estaba bien.
- Usted qué cree, usted qué cree... Si estoy bien, si estoy bien...- El pobre inválido repetía las frases de forma espontánea y cómica.- No, claro que no estoy bien, pero a quién le importa, a quién le importa.
- A mí me importa.- Dicho esto se levantó y se dirigió hacia el ladrón, mientras otro tipo que estaba junto al viejo, que había visto toda la jugada, trataba de advertirle sin subir demasiado la voz que tuviera cuidado con ese tipo, que era peligroso.
Cuando llegó a su lado el tipo estaba acostado de lado y tenía los tenis en el suelo, a la altura de la cabecera de la cama. Cuando sintió su presencia se giró extrañado.
- ¿Qué coño ocurre? Pero...- Cuando se dio cuenta de lo que ocurría y vio que se llevaba los tenis saltó de la cama como un resorte y se fue hacia él gritándole, insultándole y con intenciones de hacerle daño.- ¡Voy a matarte gilipollas, voy a ...!
Le lanzó un puñetazo que esquivó con inusitada agilidad. El tipo salió desequilibrado del fallido golpe y el viejo le lanzó una estocada rápida al cuello con un solo dedo, el dedo gordo. Cayó casi aturdido, no como si hubiera caído sin conocimiento; si no como si su cuerpo, repentinamente, se hubiera quedado flácido y laxo. Quedó tirado en el suelo, tratando de respirar y sin apenas poder moverse.
- Siento haber tenido que golpearle, nunca fue mi intención, pero supongo que de otra forma, no le hubiera convencido para que le devolviera las zapatillas a ese pobre hombre. No se preocupe, solo le he tocado un poco la carótida. Dentro de un momento podrá moverse con total normalidad. Es joven y podrá conseguir unas zapatillas con métodos menos agresivos, estoy seguro.
Los cogió y se los llevó al viejecito, que se había quedado dormido. Le miró con afabilidad y a la vez con desconsuelo por lo solo que se encontraba, y se los dejó al pie de la cama. Él mismo se fue a su catre y se acostó. Estaba un poco duro, hacía ruido, era antiguo, pero se sintió contento de estar bajo un techo. Durmió con placidez.
Al siguiente día el viejo se levantó y vio allí sus zapatillas deportivas y se quedó, por un segundo, perplejo. Se frotó los ojos como si aquello fuera un espejismo. Las cogió y las palpó, y sonrió como un niño que acabara de abrir su regalo de navidad. El dibujo de sus arrugas se marcó en una mueca infantil y se puso los puso mientras decía cosas sobre lo bonitos que eran y sobre que Beatriz no se enfadaría con él. Después se puso de pie y anduvo un par de pasos, pisando fuerte y sintiendo lo cómodos que eran, pero al momento vio a lo lejos al tipo que se los había quitado, y se quedó como petrificado. Su sonrisa se esfumó mientras sus miradas se cruzaron, solo por tres eternos segundos. Pero el tipo apartó la mirada como apesadumbrado, y el viejo entonces dejó de sentir miedo, y recordó al extraño tipo de barba blanca, y le buscó con la vista, pero no le vio. Entonces recorrió el extenso recinto tratando de encontrarle hasta que llegó a su litera, pero estaba vacía.
- Se fue, muy temprano, creo.- Le dijo el tipo de al lado.
El pobre viejo se quedó algo ensimismado, como apenado.
- Es un tipo extraño, ¿no te parece?- Preguntó este casi con asombro.
- Sí, sin duda lo es. Esta mañana se levantó y te observó. En realidad se quedó un rato haciéndolo. Supongo que se aseguraba que tus zapatillas estaban ahí. Me acerqué a él y le pregunté por qué lo había hecho. Me miró de forma imperturbable y dijo que hoy iba a hacer un día agradable para caminar. Cuando se iba a largar le dije que qué clase de respuesta era esa, y, ¿sabes lo que me contestó? Sin mirar atrás, te señaló y dijo: “pregúntale a él, seguro que sabe la respuesta.” Y se largó.
- Supongo qué... supongo que por que pensó que algún día él podía ser yo, no lo sé, no lo sé...- Contestó el viejo y dio media vuelta y se largó a su litera de nuevo.
Lo cierto era que el extraño viejo salió a pasear por la ciudad. Temprano, en la mañana, la vida era distinta, tomaba distintos matices. Despertaba el día y con él despertaban un gran número de criaturas sobre la faz de la tierra donde amanecía. Los humanos se movían torpemente conforme al ritmo biológico de las costumbres marcadas por su civilización agitada y convulsa. Vio gentes caminando como zombis, desplazándose casi con frenesí, de un lado a otro, dormidos, hechizados, casi hipnotizados. El aire del amanecer era incluso diferente, aún en el corazón de la ciudad. Olía a café y a pan tostado. Le encantaba ese olor. Se detuvo un buen rato junto a un bar donde la gente desayunaba a toda prisa. Se sentó en la entrada. Un par de personas incluso pensaron que era algún indigente pidiendo por lo que le lanzaron varias monedas de poco valor. Atraído por ese olor entró en el bar y se quedó en una silla solitaria que había en un rincón. Estuvo así casi unos quince minutos hasta que uno de los camareros le localizó y se dirigió a él con no muy buenos modales.
- Eh viejo, ¿Qué quieres? ¿Vas a consumir o no? Seguro que no tienes ni dinero. Venga, largo de aquí, largo...
- Tengo esto...- Abrió su mano y le enseñó las monedas. El tipo rió con aspereza y le cogió por el brazo para llevarlo hacia la puerta con insensibilidad.
- Malditos mendigos...
- Joven, ¿No le parece que sus modales dejan mucho que desear?- Dijo este mirándole con severidad y adoptando una posición en la cual el camarero, mucho más joven que él, le resultó imposible moverlo.
- ¡Joder!- Se quejó este soltándole al sentir una especie de leve descarga al intentar moverlo hacia la calle.- ¿Qué coño...?
- ¿Ocurre algo?- En ese instante se acercó allí una camarera de unos cuarenta años, pelo castaño recogido y tez ajada por los sinsabores de la vida.
- Este maldito mendigo... No sé qué me ha hecho...- Comentó frotándose la mano que le había sujetado sin compasión.
- No ocurre nada jovencita. Tengo este dinero y quería tomar algo que pudiera pagar con esto. ¿Es posible?- Habló el viejo con serenidad.
- -Claro, claro que sí hombre...- Dijo ella afablemente.- Déjame, yo me ocupo.- Le dijo al camarero y este se largó a otra mesa después de mirarlo con desaprobación.- ¿Qué le apetece?
- Un café calentito no me vendría nada más.
- De acuerdo.
El viejo se quedó allí solo de nuevo, observando al camarero, que le miraba de soslayo. Él le sonrió y este apartó la mirada. Al momento la chica le trajo un café y una tostada. Él la miró gratamente sorprendido y le quiso dar las monedas. Ella no aceptó.
- Gracias.- Agradeció con simpatía.- Eres una persona buena y compasiva. Veo en tus ojos que hay una fuerza inmensa dentro de ti. Eres tímida pero constante, y pocas veces te rindes ante los problemas. Te da miedo la gente pero a la vez te asusta la soledad. Te sientes, en cierta forma, desafortunada por que crees que atraes los problemas y la mala suerte, pero no es así, puedes creerme. Solo te falta creer un poco más en ti misma.
La mujer se quedó algo sorprendida y sonrió por que no supo qué contestar.
- Gracias, pero todo eso resulta muy genérico, ¿no cree?- Dijo un instante después.
- Sí, es verdad, aunque tú sabes que, en esta ocasión, no lo es.
- Es posible, pero no creo en esas cosas, los videntes y todo eso, ni tiene por que tratar de adivinar lo magnífico que será mi futuro ni nada de eso. Solo trataba de ser amable. A mí también me gustaría que alguien me invitara a un buen café...
- De acuerdo. – Contestó él con timidez.- Pero a veces necesitamos que alguien nos lo recuerde...
Ella asintió con la cabeza y siguió con su trabajo. Él saboreó la tostada y se tomó el café degustándolo como si fuera una auténtica delicia. Ella le observó desde el fondo del bar sintiendo que, de alguna forma, aquel extraño había conseguido traspasar su coraza con relativa facilidad, tan solo con observar sus ojos y colarse a través del caudal de su mirada hacia su alma aislada y triste. Cuando terminó su desayuno, se levantó y, con un gesto entre afable y decidido, se despidió de ella.
Deambuló por ahí. Vio cosas que le sorprendieron. Gente que vendía cosas a voz en cuello, y chicos y chicas que bailaban en las aceras y los parques. También contempló un hombre en una silla de ruedas, pero no parecía triste, si no todo lo contrario, rebosaba vitalidad y energía, y eso le dio ánimos. Vio policías dirigiendo la circulación, y gente en bicicleta. Madres paseando a sus hijos pequeños en los carros. Los niños tenían algo especial en su mirada. Su candidez e inocencia era cautivadora y reconfortante. Unos hombres bien vestidos iban abordando a la gente y hablando sobre temas que parecían serios. Portaban bolsos y su insignia era una sonrisa afable. Se acercó a ellos pues esa amabilidad le resultó agradable.
- Buenos días señor, ¿cómo se encuentra?- Le dijo uno de ellos, el que tenía bigote y aparentaba tener unos cincuenta años. A su lado había un chico más joven que observaba con atención. Parecía muy espabilado y sagaz, pero ocupaba un papel de aprendiz, o, al menos, esa fue su impresión.
- Muy bien gracias, ¿Y ustedes?
- Muy bien.- Le dieron la mano. El viejo se quedó algo confuso pero un segundo después entendió lo que debía hacer.- Estábamos hablando un poco con el vecindario por que hemos notado que la situación cada vez va a peor, y queríamos saber su opinión al respecto.- Continuó este con entusiasmo.- ¿Qué cree usted al respecto?
- Bueno, cuanto más se aleja el ser humano de su propia esencia más ciego se vuelve. Antiguamente el hombre era un ser concienciado de su papel insignificante en un mundo inmenso y mágico que le rodeaba y le maravillaba. Era consciente de su frágil existencia y solo le preocupaba la supervivencia suya y la de su tribu. Como resultado, no se perdía en detalles absurdos, por que sabía que en los pequeños detalles de la existencia diaria; la salida del sol, el rugido del viento, la majestuosidad del mar, la inmensidad el horizonte, la compañía y protección de los suyos… estaba la respuesta a todas sus preguntas e inquietudes. Pero desde que el ser humano quiso ser más de lo que en realidad es no ha hecho otra cosa que alejarse de sí mismo y volverse ciego, egoísta, impredecible y mezquino. Hoy estamos en un punto peligroso, estamos al umbral de cruzar la línea...
- ¿La línea? ¿Qué línea?- Preguntó el hombre de bigote.
- La imaginaria línea del desastre. Imagínese que es pequeño y se quiere acercar a un barranco por que siente una irreprimible curiosidad. Su padre le advierte que no lo haga por que puede despeñarse, pero su cabeza se queda como vacía ante esas palabras. Es más, cuanto más las oye más lo desea. Se sienta a pensar en ello y la idea le va seduciendo más y más, a pesar de que sabe que puede hacerse mucho daño. Bueno, probablemente al final terminará acercándose tanto que resbalará y, en ese preciso instante, será consciente de la advertencia, de su futuro inmediato y de que pudo haberlo evitado. Esa es la línea imaginaria del desastre...
- ¿Cuándo pisa el lugar en que la caída se hace irreversible?- Preguntó el joven.
- No...- Sonrió con espontaneidad.- Cuando decides que te acercarás, a pesar de todo.- Contestó con voz profunda y firme.
- Sí, el ser humano se encamina a eso, al desastre...- Continuó el hombre un poco desconcertado.- Dios, nos guía... Él puede evitarlo.
- Amigo mío, el ser un humano es aún muy joven, y está cometiendo los errores propios de un ser inexperto e insensato. Eso, en sí, no es nada malo. Lo peor es la herencia que dejará a las futuras generaciones. Usted ni se imagina... Tiene esperanza, pero la esperanza, por sí sola, está coja. La esperanza necesita una pizca de locura, y la locura una pizca de sensatez, y la sensatez una pizca de humildad. Le describiré un poco del futuro... Un planeta árido, donde el agua es un milagro y se ha convertido en el bien más valioso de todos. Millones de personas agonizantes por un ente biológico mutado. Animales que se extinguen y dan como resultado plagas horribles. Un crack financiero que divide al mundo en ricos y pobres y da lugar a la guerra más cruenta de la historia de la humanidad. Gente que se transforma en superhombres gracias a la manipulación genética, alimentos transgénicos que tienen los más diversos efectos en las personas, la huida de gran parte de una maltratada y menguada raza humana a los fondos de los mares y a satélites artificiales que levitan alrededor de nuestro sistema solar. Inundaciones en el cuarenta por ciento del planeta debido al cambio climático. Emigraciones gigantescas huyendo de estas inundaciones en unas partes y de la desertización en otras...- El viejo tomó un poco de aire después que hubo relatado todas esas desgracias casi de un golpe. Aquellos dos predicadores se quedaron mudos momentáneamente, estupefactos por la claridad de sus pensamientos, estremecidos por la crudeza de sus palabras.- Están haciendo una muy buena labor. Lleven el mensaje a todo el mundo, la gente lo necesita... Seguro que Dios les ayudará.
Después de dejarlos allí pasmados siguió su camino y llegó a un parque. Allí había niños jugando. Le gustaban los niños. Se sentó a observarlos mientras disfrutaba de la energía que estos desprendían y de su maravillosa ingenuidad, bueno, casi todos. Había un grupito de tres niños que parecían disfrutar más golpeando y maltratando. Todos jugaban a la pelota, pero estos tres eran un poco mayores que los otros y le quitaron la pelota y la tiraron. Cuando uno de estos se puso a increparles y a protestar, uno de ellos se colocó a cuatro patas detrás de este y el otro, el que estaba al frente, le empujó, haciéndole caer. Los niños rieron con malicia. El viejo se quedó observándolos. Los tres niños se mostraron complacidos al comprobar que el resto les tenía miedo. Después se fueron.
- La vida sigue. Todo se repite.- Musitó con resignación.
Estuvo durante un buen rato allí, como hipnotizado, con los ojos semi-cerrados, respirando lentamente, oyendo el latido de su corazón. A lo lejos le llegó un lejano murmullo. Eran voces. Hablaban, discutían, disertaban. Sintió curiosidad. Se incorporó y caminó a lo largo de la alfombra verde. Se descalzó para sentir el frescor del césped en sus dedos. Esa sensación le hizo sentir bien. El parque era muy grande. Había una zona de césped donde las parejas hablaban de cosas íntimas o simplemente saludaban el inmenso cielo. Había otra zona donde niños y adultos jugaban al fútbol, a atraparse mutuamente o al voleibol. Más allá la gente jugaba al ajedrez, al dominó o a las cartas, sobre unas mesitas de cemento bajo la protección de los olmos. En otro rincón había columpios, toboganes, pequeños ríos con peces y un bar para tomarse algo. Detrás de esa parte parecía haber un considerado número de personas congregadas. De allí venía el murmullo. Por lo visto, era un lugar donde la gente se solía reunir de forma casi fortuita para discutir sobre distintos temas, o donde la gente daba una especie de charla espontánea. Le llamaban “el rincón de los oradores”.
- ...nos mienten continuamente. Sí, estamos sometidos a un control que escapa de nosotros mismos...- Comentó un tipo escurridizo y delgado que había debajo de un árbol.
- No digas tonterías.- Contestó otro de aspecto mofletudo y piel sudorosa.- Hoy día vivimos en la era de la información. Tenemos más información de la que podemos abarcar. Tenemos información de aquí o del resto del mundo, en un segundo. Todo está bajo nuestro conocimiento. Y todo ocurre bajo nuestra sapiencia. En realidad estamos saturados. Podemos escoger a nuestros gobernantes y podemos decidir sobre nuestro camino. Nos ha sobrepasado, sí, nos ha sobrepasado. No veo la conspiración a la que te refieres. No veo la manipulación. Son los paranoicos como tú los que tratan de asustarnos y de llevarnos al caos nada más.
- ¿Eso crees?- Continuó ahora una señora de unos cincuenta años y voz cascada.- ¿Es lo que todos creen?- Dijo esta vez dirigiéndose al resto de los oyentes.- Puede que tengamos más medios pero sufrimos también más formas de dependencia. En realidad, cuanto más adelantos técnicos tenemos más lejos estamos de ser nosotros mismos.
- No creo que sea así. Comparad a cualquiera de nosotros con alguien de hace unos cien años. Ellos si que eran presos; de sus prejuicios, de su trabajo, de su ignorancia. Tenían que empezar a trabajar antes de que saliera el sol, no conocían el por qué de las cosas y perdían horas y horas en hacer tareas que a nosotros nos toman solo minutos.- Insistió el tipo sudoroso.- Nosotros tenemos tiempo libre, tenemos artefactos que nos hacen la existencia más cómoda, tenemos las posibilidad de planificar nuestra vida. Tenemos oportunidades, cosa que ellos no tuvieron.
- Sí, es cierto, o al menos, lo parece.- Rebatió el tipo enjuto y nervioso.- Ahora no tengo que levantarme a las cinco de la mañana pero tengo que trabajar hasta las siete o las ocho de la noche por que tengo que pagar las facturas y la hipoteca. Puedo saber qué hacen los famosos en cualquier momento, aunque no sé que siente mi hijo o qué le asusta a mi mujer. Puedo ir de vacaciones a Hawai o a Australia pero no tengo tiempo para ver un partido de mi hijo o para hablar con sus profesores. Puedo comunicarme con diez personas a la vez de cualquier parte del mundo pero ni siquiera me importa quiénes son mis vecinos...
- Parece que estamos sometidos a otro tipo de control que también resulta negativo. Imagino que por eso hay más depresiones que nunca y más suicidios. Supongo que en el fondo nos sentimos demasiado solos. Todo este despliegue tecnológico no revela, no manifiesta lo que somos por dentro, lo que llevamos por dentro, si no que lo enmascara, lo oculta, lo hace más inaccesible.
- Bueno, cuando tengamos la capacidad de mirarnos hacia adentro tal vez descubramos más de nosotros mismos y eso nos ayude a encontrar el camino correcto.- Intervino esta vez el viejo, que se había colocado sobre un pequeño promontorio que hacía que casi todos los presentes pudieran observarle.- El problema es que nuestro desarrollo tecnológico va por delante de nuestro desarrollo interior. Aún somos novatos en esto de la existencia. Nos queda mucho por aprender, y está visto que no lo hacemos fácilmente, solo cuando tropezamos y sufrimos. Pero, a medida que avanzamos en nuestro cenit tecnológico esos tropiezos son cada vez más peligrosos. Y corremos el peligro de hacernos demasiado obstinados para darnos cuenta de esos mismos errores y tratar de rectificarlos. Supongo que va en nuestra naturaleza. Resulta inevitable, por que el futuro no se presenta nada alentador. No somos capaces de mirar hacia adentro, a nuestra alma, y darnos cuenta lo frágiles e inexpertos que somos. La vanidad empaña nuestros ojos... tal vez sea demasiado tarde, aunque espero que no...
- ¡Nos hemos desviado del camino!- Se alzó una de las voces.- Hemos creído que éramos capaces de caminar por nuestro propio pie...
- Y lo somos.- Afirmó el viejo.- Pero estamos llenos de prejuicios y nuestra forma de ver las cosas está demasiado condicionada por esta sociedad tan consumista y que busca siempre algún tipo de gratificación inmediata, una gratificación material. Hemos de buscar algo diferente que nos haga vivir de una forma más responsable y con más sensatez, con más consciencia sobre las consecuencias de nuestras acciones, las consecuencias sobre nosotros mismos, sobre las próximas generaciones, sobre los demás, sobre el medioambiente, sobre el mar...
- Pero ¿Qué? ¿Qué puede ser? ¿La religión quizás?- Reflexionó un chico joven y de pelo a lo rasta, con una expresión de incertidumbre en sus ojos.
- Debe ser algo individual, algo que parta de cada uno de nosotros. Algo que nos mueva pero a la vez que nos convenza con la razón y la lógica.- Habló de nuevo el viejo, que había monopolizado la conversación, hipnotizando casi a la totalidad del auditorio.- La religión ha demostrado, a lo largo de la corta historia de la humanidad, que, en la mayoría de los casos, ha desunido más a la gente que unirla. La religión debería ser un camino de comunión, y, sin embargo, ¡Mirad a vuestro alrededor!, es la causa de la mayoría de los conflictos que existen. La gente cree ser mejor que sus semejantes por ser de otra religión, y muchos de llaman infieles a los de confesiones diferentes. No, no me refiero a eso, me refiero a algo más. Una idea que nazca del interior y que nos de la fuerza necesaria para cambiar las cosas... Hemos de cambiar las cosas...
- ¿Cambiar qué?- Intervino esta vez el tipo grueso y sudoroso.- Desde el principio ha sido así y seguirá siendo así. ¿Cómo creéis que su
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