Sólo el miedo hace al miedo, si la nieve amenaza a las montañas y estas se escapan, sólo caminaríamos por la senda de nuestros sueños porque sólo estos se evaden de la realidad. Pero si los sueños también quisieran huir, tendrían derecho, porque su realidad no es menos real que la del espacio que le queremos dar.
Y si la luz tuviese miedo a las tinieblas, las estrellas ensombrecerían el suave despertar del renacer, porque la luz habría sucumbido ante su miedo de oscurecer y no alumbrar más. Lo mismo le pasaría a los planetas si se vieran atemorizados por viajar deprisa en un espacio grande y silencioso, cuya única meta es su propio origen; y el viento, que un día tuvo que sujetarse y golpear fuerte lo que le podía destruir, porque pesaba más que él. Y si al infinito le preocupase su miedo y quisiera escapar, dejaría finito al amor de quien ama y a la paz de quien cree en ella y a la ilusión de quién quiere vivir. No cabe más miedo en el miedo, pero sí cabe todo el miedo en donde haya un espacio que le de cabida porque el miedo tiene miedo de sí mismo, y aspira a un lugar que le ofrezca certidumbre y sosiego.
Si vieron al miedo morir y agonizar pronunciando en un susurro que ya nadie lo extraña, y si la soledad de la calma pudiera contarnos en qué lugar recóndito dejaron morir al miedo, y si éste está hecho de papel, de metal o de piedra, me gustaría verlo y comprobarlo, porque aun se nota su presencia. He tenido a veces la sensación de toparme directamente con él y, después diluirse la certeza, porque por más que he buscado, jamás he podido hallar el lugar recóndito de su morada.
He sentido como me llamaba y tras girarme y escuchar en el silencio, no había ningún indicio de su presencia, y sin embargo, le invade su antagonismo ilógico de protagonizarlo todo, escapando de sí mismo haciéndose negar a quien lo padece. Ha cultivado su propio calvario de incertidumbres y pesadumbres obligando a compartir sus más variopintos delirios de desolación, mientras en una sala de urgencias daban sedación a sus ostentaciones de una vulgar grandilocuencia altiva nunca vista. Y mientras tanto, la sonrisa de aquélla niña que quedaba ensombrecida por la oscuridad del espejismo siniestro del terror, me confesaba el gran secreto de la umbría figura negra que pululaba por los registros de su pequeño y cándido entendimiento. El corazón. Un corazón radiante de entereza y racionalidad. Un pequeño rincón, guardián de mil y un sentimientos de tristeza, duda, entereza, calma, y frenesí, irrigado por un caudal lleno de vida al que le custodia un rítmico tictac. Ese era lugar escogido para sus atrocidades, ¿quién lo hubiera dicho?, y sin embargo, ¿qué alma se atrevería a ser tan poco generosa como para no darle cabida a tan desdichado y solitario ente?
A todas las puertas llamó, y en de todas salieron a auxiliarle, sin saber que a partir de ese momento, siempre caminarían por un terrero sinuoso, escarpado y falto de firmeza con terraplenes y enormes seísmos imaginarios. Pero ahí se quedaba una y otra vez, haciéndose cada vez más grande y más fuerte, fingiendo ser nuevo, y dándose a conocer como una figura atormentada llena de serenidad y transparencia. El miedo. Ese ¿ser? que a todos atormenta y todos esconden. El miedo…¿cómo lo definirías tú aun sabiendo que ya te ha rendido cuentas por tu cobarde insubordinación? Y lo que es mejor, ¿cómo crees que te definiría él después de todos estos años de fidelidad no correspondida? Pregúntale tú . Nadie mejor que él sabe la respuesta.