Desarrollar tecnología no es un objetivo nuevo para los gobiernos. En realidad, llevan siglos haciéndolo. Lo que ha cambiado, al menos en parte, es la forma. Los concursos y premios se utilizaron con éxito para resolver problemas como la medición de la longitud o el desarrollo de la aviación.
Durante siglos, el problema de la longitud fue un desafío tecnológico crítico para la navegación. Era posible conocer la latitud (norte o sur) gracias al astrolabio y luego el sextante. Pero, sin conocer la longitud, la posición de un barco era dudosa y el riesgo de naufragio evidente. Como ejemplo, unos 2.000 marineros murieron en 1707 a chocar su flota contra los acantilados de las Sorlingas en medio de una intensa niebla. John Harrison, un relojero autodidacta resolvió el problema y consiguió, no sin discusiones, el premio ofrecido por el Gobierno británico. La aviación fue otro un campo donde abundaron los premios para promover el desarrollo tecnológico. Se concedieron premios al primer vuelo cruzando el atlántico (y no, Charles Lindbergh no fue el primero como conté en su momento) . Y premios como la copa Schneider desarrollaron la tecnología que luego se utilizó en cazas como el Supermarine Spitfire.
En los últimos años, han resurgido estos premios. Hay ejemplos como el premio de 25 millones de dólares ofrecido por Richard Branson por un método eficiente para extraer CO2 de la atmósfera, el Ansari X Prize por el primer vuelo privado a 100 km de altura o los Cenntennial Challenges ofrecidos por la NASA a distintos avances en la tecnología aeroespacial. Sin embargo, se gasta mucho más dinero en las subvenciones a la producción que en el desarrollo de tecnología.
Un ejemplo actual son las subvenciones a la energía procedente de fuentes ecológicas como aerogeneradores o placas solares. Se considera que deben apoyarse porque otras fuentes como el carbón o la energía nuclear tienen costes ocultos que no están recogidos en el precio. Los economistas llaman a estos costes, “externalidades negativas” y son problemillas como el cambio climático o la gestión de los residuos radiactivos. Subvencionar algunos precios se considera la forma mas justa y eficiente de compensar el coste oculto de esas externalidades. Quizás si, no soy economista. Pero, como ingeniero, creo que no es la forma más eficiente de desarrollar una tecnología. Entre subvencionar la producción de huertas solares y desarrollar nuevos paneles hasta que la energía solar sea competitiva en precio me quedo con lo segundo. ¿Os habéis preguntado como mejorarían esos paneles si se dedicasen esos miles de millones a aumentar su rendimiento y reducir su coste?
Y forzar la creación de un mercado cuando la tecnología no esta madura tiene sus riesgos. ¿Recordáis los planes para utilizar motores adaptados para biocombustibles en todos los vehículos? Medio planeta los consideraba la solución. En pocos años, han quedado arrinconados y sustituidos por subvenciones a la compra de vehículos eléctricos. Pero hay que recordar porque fracasaron a principios del siglo XX. El problema era su autonomía que, curiosamente, se mantiene en los modelos actuales. Me encantan los vehículos eléctricos pero tal vez suceda algo parecido si la nueva generación de biocombustibles procedente de las algas tiene éxito.
Fritchle Victoria Phaeton de 1908. 160 Km de autonomía
y frenado regenerativo. Y, sin embargo, no triunfó.
El elemento clave para elegir cual es la mejor forma de apoyo es que exista un mercado detrás. Los grandes programas de investigación básica, desde el CERN al Instituto Astrofísico de Canarias solo puede financiarse mediante subvenciones directas. Esas que, desgraciadamente, se están reduciendo espectacularmente. Lo mismo puede decirse de cualquier investigación donde no exista un mercado para sostenerla. Desde medicinas para enfermedades raras a la vacuna contra el SIDA que es mucho menos rentable que un medicamento para tratarlo de por vida.
Si ahorramos en subvenciones a la producción tendríamos el dinero para desarrollar una producción científica digna. Y nos sobraría el suficiente para apoyar el desarrollo de tecnologías y no su compra. Quizás un premio millonario al primero que produzca un biocombustible a medio euro el litro. O al desarrollo de un supercondensador de alta capacidad y bajo coste. O por un sistema de reciclaje lo bastante eficaz para devolver el agua a su estado original, limpiar nuestros ríos y preparar el camino a las estrellas. Si hay producto, seguro que alguien querrá venderlo.
*Decidí escribir esta anotación tras leer este recomendable articulo de The Oil Durm
Fuente:
Premios frente a subvenciones en el desarrollo de tecnología*