Publicado el 26/11/98 en Atlántico Diario
A pesar de que todavía queda camino por recorrer, lo cierto es que las diferencias entre mujeres y hombres se están acortando. La mujer ha soportado muchas humillaciones a lo largo de la historia, ha sido considerada un ser inferior, sin derechos de ningún tipo, sin acceso a la educación, a la propiedad, al voto; ni siquiera con el derecho a la custodia de sus propios hijos. Todo esto ha ido calentando el ambiente, como la leche a punto de hervir, lenta, pero inexorablemente, ascendiendo hasta desbordar.
La lucha por la igualdad no es nada nuevo y tendríamos que remontarnos al siglo XV, cuando la escritora parisina Christine de Pisan publica "La ciudad de las damas". Al comienzo de su libro cuenta que se le aparecieron tres damas: Razón, Rectitud y Justicia, y le dijeron que habían venido para que, en adelante, todas las mujeres valientes tuvieran refugio y defensa frente a sus agresores. Christine, en su obra, crea una ciudad, la ciudad de las letras, en la que las mujeres pudieran sentirse libres y expresar sus pensamientos. Se trata de una obra de negación de la autoridad masculina y achaca la inferioridad femenina, no a una condición natural, sino a una falta de educación derivada de una sociedad patriarcal. Todo esto marcó un principio de publicaciones que reclamaban, en aquel entonces, el derecho a la educación para alcanzar un derecho natural de perfección, que no para servir mejor al hombre. Al mismo tiempo, ya denunciaban los malos tratos y vejaciones a que eran sometidas por los hombres de su entorno más próximo.
El movimiento feminista fue avanzando a lo largo del tiempo hasta que la Revolución Industrial provoca una marcha atrás, acrecentando la marginación femenina. Sin embargo, la Revolución Francesa despierta cierta esperanza, en un principio, con la pretensión de alcanzar una sociedad justa y fraternal. El desencanto no se hizo esperar pues, a su término, se promulgan los derechos del hombre y del ciudadano, pero las mujeres quedaban excluidas del derecho al voto. Curiosamente, la Convención Nacional Francesa de 1793 prohibe la actividad política de las mujeres y, su principal defensora, Olympe de Gouges, es guillotinada.
Dentro de las innumerables humillaciones del movimiento feminista hay una bastante sorprendente. En 1840 se celebra en Inglaterra la Convención Mundial Antiesclavista a la que asisten un grupo de delegadas norteamericanas. Durante las sesiones son obligadas a permanecer tras una cortina, porque algunos miembros no aceptaban su presencia ni reconocían su papel. Ocho años más tarde, al observar la constante exclusión de las mujeres en todas las reivindicaciones de derechos, se celebra, en el estado de Nueva York, la primera Convención sobre los Derechos de la Mujer. Desde entonces ha continuado la lucha por la igualdad y los avances, aunque lentos, se han ido consiguiendo basándose en multitud de esfuerzos encadenados. Algunos teñidos de sangre, como el de Emily Wilding Davison, destacada feminista inglesa, que falleció en 1913 al arrojarse bajo el caballo del rey.
Dentro del feminismo actual no se puede olvidar a Virginia Wolf. En 1938 publica su obra "Tres Guineas", donde unifica feminismo, antifascismo y pacifismo. Ni tampoco a Simone de Beauvoir con su obra "El segundo sexo". Simone estaba convencida, como tantas otras, de que el socialismo era el camino recto hacia la liberación femenina. Sin embargo, a lo largo de los años sesenta, las feministas se dan cuenta de que el socialismo no colma precisamente sus aspiraciones y deciden la lucha al margen, retornando a los postulados que Virginia Wolf dejara en su obra.
Hoy en día las cosas han ido cambiando, pero tampoco se trata de que la tortilla de la vuelta. Que también hay por ahí algún que otro vilipendiado. Nadie debe dudar que la mujer llegará a alcanzar, con toda seguridad, la igualdad que reclama y que realmente le corresponde. Porque tiene más tesón que el hombre. Porque cuando una mujer te pida que te tires por el balcón, ya puedes buscar uno que sea bajito.