Las antiguas Casas de Empeños eran lugares donde se fomentaba la ilusión y sobre todo la esperanza. La gente, obligada por la necesidad, iba a veces a empeñar objetos muy queridos, como una joya que le había sido legada por sus mayores, o un instrumento musical o cualquier otro objeto “querido” (incluso ositos de peluche). Mediante ese acto, obtenía un poco de dinero, no para seguir malviviendo, sino para salir de un apuro muy pequeño (un día o dos a lo sumo), porque el dinero que conseguían no daba para más. Pero los objetos se exponían en el escaparate o en los estantes del interior. Había público que entraba a comprar porque representaba una oportunidad de comprar algo valioso muy por debajo de su precio.
Si a alguien le interesaba algo y estaba de acuerdo con su precio compraba. Los nostálgicos tenían siempre la esperanza de que algún día se recuperarían económicamente y volverían al Cambalache a restituir esos objetos queridos que tanto representaban para ellos. Los necesitaban- tal vez porque ya no los tenían y siempre deseamos aquello que no poseemos- hasta el punto de que habían hecho de ellos objetos “vitales” que les permitían, dentro de sus desgracias, asirse a algo para no caer en el profundo vacío de la desesperación. Ese algo era el recuerdo, el sentimiento sublimado en un objeto querido que había pertenecido a una persona con la que vivieron en otros tiempos sensaciones de felicidad que ellos conservaban en lo mas profundo de su ser. Tenían siempre esa llamita de esperanza de que cuando pasaban por delante del escaparate y veían allí su objeto precioso, se decían: “aún está aquí; un día más” como si de ello dependiese su vida. “Todavía no lo ha comprado nadie”. Si lo compra alguien le puedes perder la pista, porque dentro de la confidencialidad que rodea a este tipo de establecimiento es muy poco probable que llegues a enterarte de a que manos ha ido a parar; entre otras razones porque muchas veces se pasaban por alto esos detalles y los propietarios no llevaban un exhaustivo control de ventas: en algunos sitios no se pedían referencias de la persona que quería comprar algo.
Algunos comerciantes (pocos) eran honrados, y sí avisaban por teléfono o por carta a la persona que había dejado en depósito el objeto, unos días antes de venderlo, que un cliente estaba interesado en adquirirlo. Pero no se que era peor, puesto que si quienes se habían desprendido del objeto en cuestión no tenían la cantidad requerida en ese plazo, el sufrimiento era mas intenso que si no se hubiesen enterado.
Absolutamente todos esperaban el milagro: ese golpe de suerte que les permitiera conseguir algode dinero para recuperar lo depositado. Y así una y otra y otra vez...
En estos tiempos de crisis en los que estamos inmersos, de nuevo, se han reabierto algunas casa de empeños casi olvidadas – que no dan abasto – y creado de nuevas que están a tope.
Es bien verdad que la esperanza del pobre sigue estando ahí, pero... es cada vez más difícil de alimentar.