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Un cielo para Anita Reca

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La conocí cuando era una niña. Allá en la escuelita Nº 11 de mi pueblo natal Los Cardales. Recuerdo sus ojitos vivos y su sonrisa franca de paisanita campesina. Me parece verla con el delantal tableado con un planchado impecable y su cabello trenzado hacia atrás.

Cursamos la escuela primaria en el mismo grado. Yo tuve la suerte de terminar como abanderado del colegio y ella fue la primera escolta. Siempre dije que ella era mucho más inteligente que yo, pero las circunstancias fueron esas.

Luego de aquellos lejanísimos tiempos nos separaron los rumbos. Yo comencé a transitar los caminos con mi alma de trashumante y ella se quedó en el pueblo.

Más de cuarenta años después nos volvimos a encontrar. Cuando la vi, pude recordar su carita risueña de paisanita del campo.

Sin embargo los años no pasan sin dejar rastros. Anita Reca tuvo muchos golpes en la vida.

Conservaba a su madre, pero había perdido muy joven a su padre. Ahora tenía dos hijos ya crecidos y su esposo estaba agonizando con un mal incurable. La vida los había separado; pero ella igualmente afrontaba el peso de sostener a un ser humano al que muchos le deseaban la muerte para que pueda dejar de sufrir.

Así, en esas tristes circunstancias, me recibió como quien recibe a un ser querido, amado, esperado.

Estuve más de tres años cerca de ella. No sé si éramos amigos, amantes platónicos o simplemente los mismos compañeros que fuimos en la escuelita Nº 11, pero ya entrados en años.

Aprendí muchas cosas escuchándola.

Ella amaba la vida, las plantas, el cielo y el sol. Le daba lo mismo el frío que el calor, todo era causa de gozo para Anita. Por las mañanas abría las ventanas y se le iluminaba la cara con una sonrisa que competía con el mismísimo nuevo día.

Siempre positiva, sin quejarse de la suerte. Odiaba, mejor dicho, no le gustaba criticar a nadie. La palabra odio no existía en su vocabulario. Anita Reca era realmente reservada y de pocas palabras.

Tenía alma de poetiza y con palabras dulces solía contarme que de niña se recostaba a la sombra de un árbol añejo y pasaba horas mirando el cielo a través del follaje sombrío. Allí soñaba con sus cosas, su futuro. Anita se ilusionaba y, quizás, se elevaba con la brisa de aquel pueblo joven que era Los Cardales. Muchos de esos sueños quedaron a la distancia perdidos en las alas de las mariposas que revoloteaban cerca de ella.

Noté, muchas veces, que no le gustaban los recuerdos, olvidaba los sentires muy rápido. Quizás los golpes en el alma no le traían una nostalgia sana.

Me parece verla aun con los brazos extendidos esperando verme. Amaba mi sonrisa y entristecía con mis tristezas.

Encontré, en su interior, un corazón bondadoso, despreocupado del dinero; solidario. Anita Reca no recogió en su vida todas las cosas que sembró. Es como un aromo que, llegando casi la primavera, desparrama sus flores doradas a su alrededor sin pedir nada a cambio. Por algo nació en septiembre. Eso es un paradigma.

Tampoco yo pude darle algo en aquel encuentro. Tal vez le contagié mis miserias y los reclamos que arrastraba y arrastro en mis andares.

 Sólo sembré en su hogar flores y plantas. Se que vivirán junto a ella y, a veces, le hablaran de mi.

Me enseño también a buscar la paz y no temerle a la soledad. Decía que la soledad nos ayudaba a encontrarnos con nuestros propios pensamientos.

Aprendí con ella a vivir el presente…”porque es lo único real”…decía.

Las circunstancias nos volvieron a separar. Yo otra vez a andar y desandar distancias; Anita en su pueblo, el mismo pueblo que nos vio nacer a los dos. Me alejé sin mirar hacia atrás, era de noche. Ella ni se acercó a despedirme, ¿para qué? Nuestro encuentro ya no era presente, era pasado y Anita nunca vivió del pasado.

Una mañana en que transitaba por alguna ruta miré el cielo aun oscuro y vi el lucero con una estrellita brillante cerca. No sé porque, pero me acordé de Anita Reca. Ella está viva, por supuesto, pero la vi como esa estrellita. Quizás me guiaba, esperaba mi sonrisa y no mi tristeza. Estaba dándome lo que llamaba el abrazo eterno.

¡Ay Anita Reca! Tu corazón de sol me dio calor en los días fríos de invierno. Tu razón de mujer criolla, simple, sencilla y campechana fue un escondite para mi alma. Te recuerdo siempre con cariño. Amiga, amante de papel y poesías, extraño tu voz dulce y tu conversación de pocas palabras pero sensata.

Quizás pasen muchos años y yo vuelva a transitar la calle Belgrano de Los Cardales. Allí sembramos mil proyectos que quedaron en el camino como huellas que desparramaron los vientos del tiempo que pasa implacable.

Allí, en la calle Belgrano, quizás te vuelva a encontrar y te vea sonriendo, sin el cabello trenzado, sin el delantal tableado de la escuelita 11, pero con tu mismo aire de paisanita soñadora. No sé qué será de ti, pero quisiera que las ilusiones que veías en el cielito aquel, a través de la sombra del añejo árbol, en ese día, vengan contigo y como un aromo en flor me llenes de tu dorado existir.

Si queridos lectores de esta página, la vida no da maestros que se ocultan en distintos rostros, en seres humanos u otros seres, a veces en costumbres y hasta en cosas que nos benefician o, incluso, parecen perjudicarnos. EL ASUNTO ES DESCUBRIR A ESOS MAGICOS MAESTROS PARA DEJARNOS ENSEÑAR LIBREMENTE.

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Autor: joaquín Piedrabuena
Enviado por joaquinpoeta-01 - 23/07/2012
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2) Farfalladiluce dijo...
Farfalladiluce
Anita no vive del pasado lo q' no significa q' reniegue del mismo ..ella armoniza su presente
y lo ama porque fue su pasado lo q la ayudo a ver la vida y quererla como lo hace hoy.
 0   0  Farfalladiluce - [10/08/2012 00:13:03] - ip registrada
1) wicca7 dijo...
wicca7
Precioso relato de amor...gracias por compartirlo amigo...saludos.. Sonrisa
 0   0  wicca7 - [19/07/2012 15:37:12] - ip registrada
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