La conciencia no dejaba paso a los pensamientos. Todavía estaba anonadado, empapado de imágenes horribles sobre hechos sangrientos y llantos desconsolados pidiendo clemencia ante mis pies. Yo, al frente del suceso, con aquel objeto afilado en mano, llevado por la venganza, no pude controlar mis movimientos, y la rabia se apoderó de mi brazo. Aquel recuerdo me atormentaba una y otra vez, como queriendo asegurar su existencia, como queriendo amortizar el dolor…
No pude verlo claro hasta encontrarme en aquella celda encerrado, donde los barrotes negros y mugrientos eran mi única compañía, y donde las sombras policiales parecían burlarse de mi estado con sus garbeos de lado a lado. Fue tanto el daño cometido, ¡y con una sola mano! Pero con la ira de cien…
-Mr Fernández, You have got a visit.
-No puede ser, ¿han llegado ya?
En aquel momento pude oír los pasitos cortos y aligerados de mi niña y el consecuente taconeo de su madre cubriéndole las espaldas, como siempre.
-¡Papá, papá!
-¡Hija mía! ¡No podéis imaginar cuánto os echaba en falta! ¿Cómo habéis llegado tan pronto?
-Cuando hay interés, se llega lo antes posible – añadió su madre –. Pero lo importante, cariño, es cómo te encuentres tú.
-Ahora bien, gracias a vosotras.
-Papi, ¿sabes que hoy en el colegio la profesora me ha dicho que canto muy bien? Voy a ser cantante papá, quiero serlo, ¿me apoyarás?
-Claro Anita, yo te apoyaré en todo momento.
-¿Y vas a ir a todos mis conciertos? ¡Es que voy a hacer muchas giras y si quieres te podré dar hasta entrada VIP para el camerino y todo! Dime, ¿irás?
El silencio se apoderó por un momento de la conversación y rompió la cadena de felicidad que en un instante se había generado. Gloria me miró fijamente con la sonrisa más dolorosa que se podía crear. En ese momento entendí que no le había contado nada, que mi hija ignoraba el destino que me aguardaba. No sabía que se quedaría sin papá para siempre.
-A todos, cariño, iré a todos.
Tuve que pasear por los cimientos de aquella mentira piadosa para no dañar el corazoncito de mi pequeña. Cómo me costó mentirle, pero más me costó regalarle una sonrisa carente de motivos.
-¡Padre! ¡Si también ha venido!
-Germán, jamás dejaría de acudir al último adiós de mi hijo. Bastante doloroso ya es ver morir a tu hijo, y además por un castigo que a mis ojos es injusto.
-Papi… ¿qué dice el abuelo de que te vas a morir? Mamá me dijo que estabas aquí porque te habían castigado por no obedecer a tus jefes, como cuando a mi me mandan a la esquina de la clase por no obedecer a la profe, pero que estarías fuera para cuando nos fuéramos a Disney Land…
-Muchacha, no me hagas caso, ¡porque estoy viejo ya y chocheo! Anda, ven, vamos a la sala de espera, que tus papis tienen que hablar de cosas de mayores.
-Adiós papi. Te quiero.
-Y yo hija, y yo.
-Germán… ¿cuándo? Necesito saberlo. Por favor, dime cuándo.
-Gloria, sabes que no sé aún la fecha que me adjudicaron, no conozco ni el método que pretenden aplicar. Tranquila, yo te mantendré informada en todo momento
-Pero cariño, el juicio acabó hace tiempo con la pena de muerte como veredicto.
Deberían de haber concluido ya cuándo y cómo. No nos pueden tener así cariño, no pueden, no pueden…
Unas primeras lágrimas rompieron el hielo para la aparición de lo que posteriormente resultó el llanto de una mujer dolida por la futura muerte de su marido. En aquel instante intenté crecer y sacar de mí cuánta fuerza podía existir para poder decirle con voz firme:
-Te amo Gloria. Hoy, mañana… y después de morir, te seguiré amando. Ahora debes cuidar de la pequeña Ana, dile que tuve que ejercer una misión importante, invéntate lo que quieras, pero no le cuentes la verdad porque solamente tiene siete años. Sería demasiado duro. Debo irme, es la hora de trabajar. Espero verte pronto. Te quiero.
Se fue con el intento de ocultar las nuevas lágrimas que entonces asomaban y en la lejanía me miró desconsolada por última vez. Por última vez, ya que yo sabía que al día próximo se efectuaría mi ejecución, mediante la silla eléctrica.
Aquella noche los recuerdos, las imágenes y el dolor causado eran motivo de insomnio. ¿Cómo llegué a tal extremo? ¡Lo habría cambiado todo en un segundo! ¿Señor, por qué no me detuviste? ¿Por qué me dejaste matar, acabar con aquella persona que no merecía morir? ¡Dios! ¡No podía más! ¡Necesitaba sentirme limpio! ¡Necesitaba desprenderme de esa horrible cadena que me ataba al asesinato!
Al pronto sonó la alarma de las ocho de la mañana. Para algunos, señal de comienzo en la jornada laboral… para mí, insistencia sobre la consumición de las horas que aguardaban mi final.
Comencé a vestirme y a rezar todo cuanto el padre Augusto me aconsejó el día anterior. Me recogieron ambos policías por los brazos, como un cuerpo más que mandar al infierno, ausente de importancia.
Entré a la sala y allí estaba. La herramienta del diablo, la navaja de aquel lazo que me ataba a la vida. La silla eléctrica.Me senté sobre ella y ni siquiera quise apoyarme en su respaldo. Me negué rotundamente ya que parecía reírse de mí constantemente, como aquella típica bruja de cuento que en principio aparenta ser una viejecita adorable, y acaba guisándote en la olla de la cocina.Me equivoqué completamente. Resultó ser mi salvación, aquella heroína que acabó con el peso que ejercía la conciencia. ¡Gracias!