Murmullos en un bar de San Telmo. Hablar, hablar, hablar... sin ni siquiera mirarse. Palabras cruzándose en el aire, conversaciones que nunca acaban por que nunca empezaron, remiendos de otras pláticas, de ideas trilladas, mientras me fumo un cigarro en esta barra marcada como un brazo tatuado.
Y, entre el humo de cigarro, espesos pensamientos caen rebotando entre las paredes llenas de fotos de personajes olvidados, vivos solo en la memoria de los muertos.
¿Quién eres? ¿Qué eres? Solo un futuro recuerdo de alguien que contaminará largas noches insomnes. Madera que se consume en el fuego y se funde y se confunde con el humo alquitranado que sale de mis dedos y de unos, cada vez más duros, labios. ¿Quién carajo soy? Alguien que está sentado, que no fue el que será. Que dolorosamente cercado por las ansias de esta sociedad se ve navegando sentado en un banco, de timón un baso y el horizonte nublado. Y surcará los fértiles mares todavía frescos de un tiempo soñado, no engendrado. Brotes de días achatados por el peso del pasado, terriblemente cercano.
Y mis labios, todavía duros, sonríen a través del muro de la extrañeza. Aquí, sentado en un antro de San Telmo, a cuatro pasos del baño. Y la gente sigue hablando y hablando, castrando sus ideas con un cuchillo ya mellado. Y me sorprendo de que esas mal afiladas palabras no me corten, no me hagan daño, infectando.
De pronto entiendo que no van dirigidas a mi, pobre prepotente olvidado, ni a nadie, entiendo que son como ese río confundido y contaminado que arrastra lo que encuentra a su paso por que su destino esta ya marcado. Nacerás limpio, morirás mancillado. Como tú, como yo, como las palabras que veo a través del humo de tabaco. Y.... pienso si no será otro el que está sentado en este duro banco, en este bar anciano. ¡Si! ¡Es otro! ¿Y yo? Estoy navegando por una llanura vacía de palabras, con el viento a mi favor, dejando atrás mi alma cansada.
Ese yo que es el otro, el que está sentado, retiene las arcadas y no lo consigue y vomita las palabras, mareado, apostado en la quilla de un banco, con chicles pegados debajo y el vaso de nuevo en la mano. Y las velas, hinchadas de viento, golosas de libertad, se rasgan y no son otra cosa que papel higiénico manchado y nuevamente me deslizo al suelo bajo murmullos ahogados, entre la pintada pared, silenciosas palabras esta vez, y el lavabo y mis ojos nublados, no de tabaco esta vez, si de palabras y de asco con sabor a sal, en San Telmo, en un viejo bar.