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"EL carrusel de las almas perdidas" (CAP. 2)

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"EL CARRUSEL DE LAS ALMAS PERDIDAS"

2

 

  Es sábado por la noche. Exactamente dieciocho de abril. El día amaneció denso de nubes grises como presagiando una posible tormenta, pero a medida que el crepúsculo ha ido alzando su cortina el sol ha vencido a las tinieblas y se ha quedado una mañana espléndida, cálida, amable. Me he levantado de buen humor. Supongo que no como el resto de los días. He abierto los ojos y apenas unos minutos más tarde he comenzado a aclarar mis pensamientos para notar las lagunas que han hecho de mí alguien incompleto y desamparado. Pero después he reparado en la nota: “eres Laura Pérez, sufres amnesia restrictiva, naciste en 1986, estás en el manicomio y si tienes valor para querer averiguar algo más sobre ti coge uno de tus estúpidos diarios y dale una ojeada”.Han sido tantos días leyendo esa nota que es lo primero que suelo recordar cuando me despierto e intento hacer un esfuerzo por recuperar el resto de mis recuerdos. Como un corredor de fondo que ha sufrido más deshidratación de la pertinente me siento yo cuando lo intento. Intento concentrarme esperando que esas cosas perdidas vuelvan a mí y entonces el vacío se hace más evidente, más insondable. Hago mayor esfuerzo, como si dependiera de ello, y termino frustrada y exhausta, y vuelvo a hacer un intento más, como si a ese corredor solo le quedaran doscientos metros para llegar a la meta, pero cuando no puedo más desisto, y me enfado, y tengo la sensación de que no he sido lo suficientemente fuerte y valiente para soportar esos últimos doscientos metros, y me castigo por ello, me digo que soy una estúpida y que tengo que aprender a ser más fuerte, y pienso que habrá otra nueva oportunidad que no desaprovecharé, aunque sé que la meta está mucho más lejos, en realidad. Sé que es absurdo, pero siempre pienso que por la mañana, después de descansar durante toda la noche, mi cerebro será capaz de trabajar a plenitud, cuando no esté contaminado por las inquietudes y los temores ocultos, ocupado con los sinsabores diarios, y será capaz de funcionar con normalidad y logrará recordarlo todo y ya no volveré a perder mi pasado. Pero eso nunca ocurre. Y me he puesto a leer al azar:

 Siento que nada vale la pena. Soy una especie de monstruo al que todo el mundo le tiene lástima pero al que la gente teme acercarse. Cuando paso al lado de ellos siento que cuchichean y dicen: “pobrecita” o “ahí va la loca”, ese tipo de cosas. Quisiera saber para qué los profesores particulares, para qué los médicos, para qué los psicólogos... para colmo me siento como extranjera en mi casa. Esos rincones que antes me eran como un refugio ahora los siento como lugares fríos y extraños.

 Julia y yo volvimos a discutir. Ella pretende ser tan refinada y educada que es como si me diera una patada en el estómago, por que no es más que un disfraz que guarda una persona retorcida y maligna. Me he enfadado con ella y con su estúpido hijo. Él me hace sentir como una malvada, cuando lo cierto es que la malvada es su madre. Después de que mi padre me castigara me ha mirado de forma perversa y cínica. Su mirada escondía resentimiento y desprecio. Pero yo he respondido a eso quemando su colección de cromos de coches deportivos. Así tendrá un verdadero motivo para odiarme. Todo es una mentira. Tal vez el no tener memoria no sea ninguna maldición. Quizás sea un regalo. Cuando comprenda eso es posible que pueda llegar a sentirme bien.

 No he continuado leyendo. ¿Para qué? Hay demasiada desazón en mi pasado. Eso lo recuerdo sin necesidad de leerlo. Todavía no alcanzo a comprenderlo, así que no puedo impedir que ese temor no desaparezca. Como una noche interminable. Es posible que tenga que convertirme en un vampiro para ser feliz. Bueno, me gustan las historias de monstruos y ese tipo de cosas, es como si sintiera que comparto algo con alguien y que yo pertenezco a otra dimensión, la dimensión de los malditos. Bueno, tal vez me esté poniendo demasiado trágica, pero así es, en cierta forma. Sé que solo soy una chica atormentada por un insólito problema al cual no se acostumbra, pero, ¿Acaso puede alguien acostumbrarse a una enfermedad, sea la que sea?

 Esta mañana vino mi padre a visitarme. Cruzó el salón con pasos firmes y se detuvo a escaso medio metro de mí. No sé por que, pero creo que la forma en que la gente camina dice mucho de cómo son. Hay gente que camina como de puntillas y de forma algo torpe y apresurada. Son personas que intentan esconderse tras la multitud, pasar desapercibidos, como fantasmas, como si les diera miedo que los demás pudieran indagar en sus almas. Se sienten peores que los demás, como si no fueran suficientemente buenos. Otros caminan a pasos cortos, forzadamente, como si una fuerza invisible les obligaran a dar el siguiente paso, demostrando así la poca iniciativa que existe en sus almas estancadas, la inactividad de sus espíritus, la pereza de sus mentes. Otros miran cada paso que dan, atentos a cada zancada, a cada avance, denotando así un miedo ilógico e irremisible a tropezar, a ser rechazados, a ser considerados como actores secundarios en la película de sus propias vidas. Aún otros caminan a grandes zancadas, como si tuvieran prisa por llegar, con fuerza, ajenos adonde pisan sus zapatos, intentando demostrar una confianza ciega y desmedida en sí mismos, adoptando una posición de superioridad encubierta en todas sus acciones, aunque, en el fondo, sienten una inequívoca frustración que no saben a qué responde y les hace ser ciegos ante los demás, ante sus sentimientos, y les hace ser presumidos e incluso arrogantes, pues eso refuerza de forma estúpida la autoestima que sienten por ellos mismos. Bueno, pues mi padre se detuvo a mi lado y me observó con expresión difusa, mientras yo permanecía sentada junto a una de las mesas redondas del salón de visitas y le respondía a su mirada con otra de incertidumbre e ignorancia. Se mantuvo a la expectativa, como indeciso. Haciendo un esfuerzo por reaccionar, se sentó junto a mí y, después de darme un beso, me dijo: “hola, cariño, ¿Cómo estás?” Y yo le contesté con incredulidad: “¿Quién es usted señor?” Se quedó perplejo, como si la sangre se le hubiese helado dentro de las venas. Su mirada quedó como petrificada y su boca medio abierta, en un ademán de inquietud. Entonces comencé a reirme y le dije que era broma y él se quedó muy fastidiado y se enfureció, pero se tragó la rabia, no siendo capaz de darle rienda suelta a esta, intentando reaccionar con serenidad y naturalidad, pero no había nada de eso en sus ojos, solo irritación e indignación y yo, para aliviar la tensión le pedí que me perdonara, que solo trataba de gastarle una broma, que no era mi intención molestarle. No hizo ningún comentario al respecto, masticó y digerió su malestar y alguno de los dos cruzó nuevamente un par de palabras, y a los diez minutos pareció como que nunca había pasado. En cuanto a eso tengo que reconocer que fue un poco cruel de mi parte, quizás mi sentido del humor sea demasiado cruel para él, pero supongo que no puedo evitar ser así. Tal vez no es la primera vez que le gasto alguna broma de ese tipo. Lo cierto es que no lo recuerdo, ni siquiera de haberlo anotado y releido, como suelo hacer. Pero, si soy sincera, no me hubiera importado que se hubiera enojado, que se hubiera puesto hecho una fiera o algo así, no sé, que hubiera tratado de imponer su autoridad paternal y me hubiera echado un sermón o algo, lo hubiera preferido a esa reacción fría y cordial, muy calculada y distante, esa eterna actitud de estar por encima de todo y ser autosuficiente. Al menos, en lo que recuerdo, he tenido esa percepción de él, o quizás sea que soy demasiado visceral.

 Después de que el ambiente se volviera de nuevo forzadamente distendido, hemos charlado de cosas vanales: “¿qué tal estás?”, “espero que el tratamiento vaya bien, estoy seguro de que te ayudará”, “ahora estamos tratando de expandir el negocio” “te echamos de menos”... Cuando hablamos noto que nos cuesta conectar. Es como si estuviéramos en planos diferentes. Todo resulta muy forzado. Nada parece surgir de forma espontánea, por sí solo. Papá propone temas que a mí no me suelen interesar y yo no suelo proponer demasiados temas, y a veces, sus ganas de agradarme o su intento por no abrir más el vacío que existe entre ambos hace que sus palabras fluyan como un sonido monótono e insustancial en mis oídos, sobre todo cuando me quedo mirándole sin saber qué decir y él se siente incómodo en ese silencio indeterminado y abstracto. Sé que soy culpable de ello, y siempre me digo que voy a tratar de remediarlo, pero nunca lo hago. Pasamos todo el día juntos. Julia y Pedro también se nos unieron, por supuesto. Entre Julia y yo existe cierta tirantez, eso resulta evidente. Al principio era un contrasentido. Mi padre siempre me hablaba de ella como si fuese la primera vez. Me costó cerca de un año recordar quién era. Supongo que resultaba frustrante para él tratar de explicarme de continuo las cosas. Su mirada de compasión y consternación siempre acababa siendo como un disparo directo al corazón. Poco a poco, esa primera impresión fue transformándose en una sensación desagradable y recíproca, hasta que mi cerebro llegó a asimilar de forma permanente quién era ella y lo que provocaba en mí. Eso supuso un incremento entre nuestras diferencias y rencillas. Ella opinaba que yo, por mi condición de “persona enferma” estaba demasiado mal educada por parte de mi padre y yo siempre opiné que era una persona con escasa sensibilidad y entrometida, por si fuera poco. Con esas referencias, nada cordial y amable podía surgir entre ambas. Después comencé a darme cuenta que mi influencia sobre mi padre había disminuido en beneficio de la suya. Eso me enfureció mucho y tuvimos roces y discusiones, lo tengo todo anotado, pero con el tiempo me di cuenta que era mejor disimular y tratar de no hacer las cosas de manera demasiado frontal. No solo no servía para nada si no que además me hacía sentirme torpe y tonta. Por eso esta mañana nos hemos saludado amigablemente, aunque en el fondo sentía unas ganas locas de tirarle de los pelos. Me ha parecido creer que ella trataba de limar asperezas, sobre todo por su actitud. Es como si viniera con la lección aprendida. Su obligada cordialidad me ha hecho sentir un ambiente enrarecido y extraño, pero, como dejándome llevar por la inercia de sus acciones, le he seguido la corriente. Ella cree que es la figura madura y que yo soy una “niñata” caprichosa y estúpida. Esa sensación de inaccesibilidad me irrita. Pero no he querido estropear el momento. El solo hecho de poder abandonar esta cárcel de cristal por un solo día es para mí motivo suficiente de enterrar el hacha de guerra. Mi padre nos llevó a un hermoso parque. El día era soleado y corría una agradable brisa. Los lagartos se tendían al sol y yo hacía lo mismo en un banco, mientras ellos paseaban por los alrededores y Pedro jugaba con una de esas consolas pequeñas. Cerré los ojos y vi primero el espacio infinito y después un amanecer que fue haciéndose más claro a medida que mis párpados iban cediendo a la claridad, y después me dediqué a oír el canto del viento y a mirar como jugueteaba este con las ramas de los árboles.

 Después hemos ido a un buen restaurante. El chico que nos servía no me ha quitado el ojo de encima. Era guapo pero parecía un tipo simple y pretencioso. Como si detrás de esa sonrisa agradable no hubiese nada más, solo sentimientos difusos y demasiado ego. No recuerdo si ha habido alguien importante de verdad en mi vida. Supongo que algunos habrán intentado conquistarme, pero no creo que nadie, en su sano juicio, trate de mantener una relación seria conmigo o algo parecido. Eso resulta imposible en mi caso. Es posible que hayan sentido miedo después de conocerme. Sé que he escrito sobre chicos que han sido algo más que amigos. Solo fueron sombras pasajeras. También sé que he hecho el amor en un par de ocasiones con un par de chicos diferentes pero, según he leído en mis propios diarios, no fue nada serio. Sé, por ejemplo, que lo hice con un tal Juan José, hace unos tres años, en un coche, pero no debió de ser gran cosa, por que no le dediqué al hecho un gran número de líneas, y, sin embargo, lo que sí escribí fue que la diferencia de edad era solo de un par de años pero que a pesar de eso yo era aún una niña pero él era algo más que un niño. Su recuerdo se fue diluyendo como la niebla igual que él, que desapareció de mi vida sin dejar el menor rastro. Supongo que consiguió lo que buscaba y se largó, sin más. El otro fue Fran. Creo que llegamos a ser buenos amigos. Al menos tengo esa sensación, y así lo he dejado escrito. Lo he leído un millón de veces. No me gustaría que esa parte de mi vida desapareciera. Creo que solíamos hablar de muchas cosas. Supongo que yo era la confidente perfecta, siempre atenta a sus confesiones y siempre “dispuesta” a olvidarlo todo. Tengo la sensación de que llegué a gustarle de verdad. Por lo que deduzco de mi propio puño y letra, es posible que se sintiera fascinado por mi locura, por mi personalidad inestable. Hay gente que se siente harta de tanta pulcritud, de tanta seguridad, y busca algún elemento que revolucione e inestabilice su existencia, que le de un toque de imprevisibilidad e insensatez. Es posible que fuera su caso, pero no recuerdo cuales eran las razones que lo empujaban a ello. Odio con toda mi alma esta maldita enfermedad. También hicimos el amor, y fue grato, bonito. También he leído ese episodio de mi vida un millón de veces; no fue una especie de furtiva aventura en busca de lo prohibido, de lo nuevo, o para satisfacer instintos. Fue más bien como un romance, algo que se hace con calma y sin temor, con complicidad, en donde se busca tanto la parte espiritual como la terrenal. Aunque personalmente no guardo el recuerdo exacto de cómo pasó, sí tengo, aparte de mi diario, una sensación dulce y placentera en mi alma cuando leo esas palabras o escribo sobre ellas. Pero, al final, también acabó diluyéndose. Supongo que al final me convertí en un lastre para él y sus sueños. Según tengo apuntado en mi diario, se largó a otra ciudad y la distancia puso la excusa perfecta para el olvido. No siento tanto el que, después de eso, fuera olvidándome de él poco a poco, porque eso era del todo inevitable, sino que, probablemente, él también lo habrá hecho de mí.

 Nos sentamos a comer como si fuésemos una feliz y tradicional familia. Hablamos de cosas estúpidas en tono amable y distendido. Por ejemplo, mi padre decía cosas sobre lo bien que iba la empresa, comentaba los nuevos mercados y los índices de expansión y ese tipo de cosas, y, cuando se le agotaban los temas me hacía preguntas sobre el supuesto tratamiento y sobre mí que me hacían sentir incómoda. Julia le oía con atención, como quién escucha algo muy interesante y yo no hacía otra cosa que preguntarme cómo hacía ella para aparentar que no se cansaba nunca de oír lo mismo y, de vez en cuando, para poner una nota anecdótica, o cambiar el curso de la conversación, comentaba algo sobre algún personaje popular o sobre algún cotilleo estúpido, o aparentaba interesarse por mí, pero cuando lo hacía asomaba un àpice de duda en sus palabras por que no sabía con exactitud si era oportuno o no lo que me preguntaba, y no estaba segura si debía decirlo o no, o si me molestaría lo que me decía o no me importaría. A veces me entraban ganas de dar un golpe en la mesa y gritar: “dejad de decir estupideces de una puñetera vez”, pero logré contenerme. Lo cierto es que hablaban pero sin decir nada, como hace la mayoría de la gente, hablar sin comunicar, por que piensan que por el hecho de decir muchas cosas o hablar mucho están diciendo algo, y no es así. El estúpido de Pedro solo se limitaba a beber refrescos y a comer. Apenas hablaba, salvo para responder las insidiosas preguntas; que cómo van los estudios, que qué te gustaría ser de mayor, que qué deportes y programas de televisión te gustan y ese tipo de chorradas. Lo mejor fue que de postre comimos helado. Después fuimos al cine, a ver una película de risa, una supuesta película de risa, con personajes demasiados simples y chistes facilones  y absurdos. En fin, ha sido un día fantástico, lleno de emociones y de significado. Se que mañana lo habré olvidado, y eso es un consuelo. 

 

 

 

 

 



Fuente: http://www.jamendo.com/es/track/995907/des-ames-jumelles
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Autor: Francisco Sánchez
Enviado por fanchisanchez - 07/02/2013
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