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El carrusel de las almas perdidas (Cap 1)

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“El carrusel de las almas perdidas”
Fco. Sánchez


¿Quién no se ha sentido perdido alguna vez? Somos como náufragos a la deriva en un   
         mundo hostil que resulta demasiado grande y misterioso para nuestra limitada comprensión y que amenaza el bote salvavidas de nuestros sentimientos...


                                                                                           1

  En esta vida nada resulta blanco o negro. Hay cosas que parecen estar destinadas de antemano y sin embargo otras no pueden ser otra cosa que el fruto de la más absoluta casualidad. Tal vez el destino, después de todo, exista; un destino lleno de matices e imprevistos. O tal vez no, puede que todo esté absolutamente en nuestras manos y de las circunstancias que nos rodean, aunque bajo la supervisión sutil de una fuerza incierta que nos empuja amablemente en una u otra dirección, una fuerza tan extraña y poderosa como la gravedad, por ejemplo. Yo aún no lo he decidido. Si fuera cierto que todo está señalado por una especie de voluntad cósmica que marca el principio y el fin de las cosas, que propone de antemano nuestros triunfos y nuestras derrotas, que guía de forma inexorable nuestros pasos, ¿Qué clase de autoritaria fuerza es esa y quién la sustenta? ¿En base a qué? Y sobre todo, ¿Por qué decidió que este fuera mi camino? Resulta demasiado cruel por su parte, cruel para mí y cruel para los millones de personas que sufren de una manera u otra. Cruel por los que no tienen la oportunidad de mirar al futuro con esperanza, por los que sufren un día a día atroz y doloroso o uno lento y agónico, por los que piensan que en esta vida están pagando pecados anteriores. Pero, si no fuera así, si fuera todo lo contrario, ¿Qué fuerza aleatoria hace que un gran número de pequeños accidentes marquen tu rumbo, tus pasos? También se me ocurre preguntar qué desgraciada circunstancia fortuita decidió mi vida. Tal vez las desgracias fluyan en el aire como los ácaros y simplemente te toca. Resultaría casi cómico, excepto que cuando sientes que el mundo se te viene encima y que estás sola y perdida no tienes ganas de reir en absoluto. Al menos me gustaría saber por qué. Probablemente no serviría de nada, pero al menos puede que le diera un poco de sentido a las cosas.
    Laura, ese es mi nombre. Al menos eso no lo he olvidado. Padezco un extraño e insolito tipo de amnesia que los médicos han dado en llamar “Amnesia Restrictiva”. Por decirlo de alguna forma, un tipo de amnesia diferente a la que suele sufrir la mayoría de los amnésicos. Lo mío fue algo repentino y extraño, nada que ver con accidentes ni traumas ni nada parecido.   
  Para empezar por el principio decir que nací de forma prematura. El parto se complicó y la matrona tuvo que trabajar mucho para hacerme salir. Mi madre murió. Eso lo sé por que mi padre me lo ha contado en más de una ocasión y además lo tengo apuntado. Además, no creo que olvide un suceso como ese tan fácilmente, por que lo mío se trata de perder las cosas de forma gradual e insospechada. Mi mente es una grabadora en mal estado que retiene un limitado y a veces aleatorio número de cosas; solo cosas intensas, reiteradas, o que pertenecen a la memoria mecánica como el hablar o el leer. Lo demás va desapareciendo poco a poco. Generalmente recuerdo sensaciones, como si mi cerebro fuera un procesador de emociones que retiene los sentimientos que provocan las acciones de los demás sobre mí pero no esas acciones. Así que puedo recordar, por ejemplo, que alguien me ha hecho daño o me ha hecho feliz pero no el cómo o el por qué. Y es algo que me resulta muy frustrante. A veces he sentido un sabor amargo en el alma, y no he sabido a qué se debía, y entonces una frustración fría y envolvente me ha hecho estremecerme y maldecir mi nacimiento, por que eso supuso acabar con la vida de mi madre e hizo de mí un ser marcado y maldito. A veces resulta muy duro, y siento que me faltan las fuerzas para continuar, por que no logro acostumbrarme a ello. El terror es un compañero ciertamente ingrato. Supongo que esto me ha hecho sufrir mucho en el transcurso de mi vida. Esa sensación merodea mi corazón pero no recuerdo cosas específicas, solo me queda lo que escribo en mis diarios. Resulta cuanto menos contraproducente y frustrante, pero supongo también que no tengo otro remedio que acostumbrarme a ello, por que nunca me ha gustado demasiado la sensiblería barata ni el sentimentalismo trágico, pero es como tener una herida perpetua que nunca cicatriza. No sé si es una ventaja o una maldición. Tal vez ambas cosas a la vez. Un día me levanté y todo estaba lleno de lagunas. Me sentí perdida en un lugar desconocido y oscuro, un mundo de gigantes donde yo solo era algo diminuto y frágil. Esa fue la primera vez que tuve la necesidad de conservar fragmentos de mi existencia para no perderlos para siempre. Fue la primera vez que sentí la verdadera necesidad de crear un vínculo entre mi pasado y yo, un puente entre mis sentimientos y mis experiencias. Después de coger un cuaderno y un bolígrafo y escribir lo que sentía y pensaba sobre mí intenté quitarme la vida. Esa fue también mi primera vez. Sentí tal vértigo ante la lejana perspectiva de lo que era y podía ser mi vida que no tuve deseos de continuar con esa incesante y despiadada lucha. El olvido duele en el alma. Te tambalea, te hace temblar, y solo deseas dejar de sentirlo. La única manera que se te ocurre es haciendo una tontería absurda como esa, pero supongo que no soy inmune al desaliento, como cualquiera persona normal y corriente, y que tan solo necesitaba algo a lo que aferrarme, algo que no encontré.
   El puñado de pastillas no consiguió acabar conmigo. Milagros de la medicina, o tal vez ese destino del cual dudo. Después decidí seguir escribiendo, y cuando siento que lo estoy olvidando me lo repito para que eso siempre se mantenga fresco en mi mente. Ahora siento que esos cuadernos llenos de letras son el único vínculo entre mi pasado y yo, o tal vez el único parapeto que me refugia de la locura. Es como luchar por tratar de huir de un lugar terrible, para no quedarme estancada en un universo gris y vacío. Los recuerdos son cosas insignificantes que modelan y decoran el alma, nos dice quiénes somos y nos hace sentir satisfechos, o tal vez tristes, pero completos al fin de al cabo, plenos. Desde entonces no he tratado de hacerlo de nuevo, me refiero a quitarme la vida, aunque tengo que reconocer que la idea ha rondado mi cabeza en más de una ocasión, como un depredador que permanece agazapado esperando el momento oportuno para saltar sobre mí y despedazarme, pero desde ese día he obtenido la suficiente fuerza y entereza para enfrentarlo. A cambio de eso tengo que reconocer que me volví impredecible, inestable, tal vez incluso estúpida, en ocasiones. Eso fue lo que terminó de convencer a mi padre para que me metiera en este centro de salud mental, en esta especie de manicomio de lujo o algo así. Mi padre conoció a otra mujer. Eso me hizo sentir que se estaba alejando definitivamente de mí. En realidad nunca hemos tenido una buena relación. Siempre hemos sido como dos guerreros con la necesidad de medir fuerzas a toda costa. Cientos de detalles han deteriorado nuestra relación. ¿Cómo pueden quererse dos personas tan antagonistas? ¿Cómo evitar que se hagan daño? Mi abuela intentó evitarlo hablándome sobre mi madre, sobre cuanto me quería, incluso antes de nacer. Me habló mucho de ella. Supongo que antes también lo había hecho, pero nunca lo recordaba, hasta que comencé a escribirlo y a leerlo una y otra vez. Me contaba cosas sobre ella, me dio fotos antiguas, creó un hermoso vínculo entre ambas, aún sin conocernos. Mi padre también me ha hablado de ella. Por ejemplo, dice que soy tan terca como ella. Pero lo cierto es que nunca ha pasado demasiado tiempo conmigo, por eso siempre he tenido una sensación de vacío con respecto a eso, y con el tiempo me di cuenta del motivo. Los negocios lo absorbían demasiado. Tal vez fuera una especie de mecanismo para escapar de esa tremenda soledad que siempre ha sentido, aunque nunca me lo ha confesado. Tengo una percepción sobre él como alguien distante y encerrado en sí mismo. Es vicepresidente de una empresa muy importante y supongo que eso siempre le ha consumido mucho tiempo. Sobre todo le ha impedido conocerse por dentro y tratar de curar sus heridas. Tiene demasiadas cosas de las cuales ocuparse y supongo que no soy una de ellas. Cuando conoció a Julia las cosas empeoraron, unos años atrás. Creo que no nos llevábamos nada bien. Tengo muchas anécdotas escritas sobre eso. Tal vez la culpa fue mía. Julia era una viuda con un niño unos cinco años menor que yo. Tal vez supuse que venían a usurpar un lugar que no les correspondía, por eso no hubo conexión desde el principio. Tuvimos momentos de tensión, discusiones, palabras cargadas de veneno, por ambos lados. Como una guerra encubierta, con ella y con su pequeño. Es gracioso, hasta contraproducente, por que no había nada que usurpar, yo siempre me he sentido más un estorbo que otra cosa para mi padre, esa sensación sí la recuerdo, pero tal vez, en el fondo, solo tuviera miedo de ser relegada por una extraña a una condición de abandono y olvido, y que esta me apartara a un rincón de penumbras de mi propio hogar, y eso siempre me ha asustado. Nunca he sido demasiado sociable, pero siempre he temido esta soledad que me acompaña como una sombra, como una maldición extraña y agotadora. Ella no entró en mi vida de forma gradual, suave, sino que lo hizo como un torbellino, con una fuerza y una energía exasperante. Puso mi mundo patas arriba. Trató de imponer normas, de fijar reglas, cosas a las cuales nunca he soportado de parte de mi padre. Siempre he sabido tratarle, minarle en lo más profundo sin que apenas se diera cuenta de ello. Siempre he sabido vencerle en cualquier terreno, sacar lo mejor y lo peor de él, y ella, era diferente, era opaca e inaccesible para mí. Eso supuso un reto demasiado complicado para asumir, y eso provocó el miedo que ocasiona la agresividad, la aspereza. Está todo escrito en mis diarios.
  Recuerdo el invernadero. No sé por qué, pero es una de las pocas cosas que recuerdo. Allí solía refugiarme cuando todo iba mal, cuando me sentía atacada por un mundo hostil e inhumano. En aquel lugar existía una quietud mágica, envolvente. Tras los hermosos pétalos de las flores y su agradable aroma, tras el hermoso arco iris de las orquídeas sentía una presencia que flotaba de acá para allá en un baile eterno y divino, que me observaba, que me acompañaba, que me sonreía. Aquel era un lugar sagrado para mi madre, y, después de tantos años, mi abuela ha seguido cuidándolo con esmero, tal vez por que también siente la presencia de ella, o por que cree, como a veces he creido yo, que su alma habita en cada una de las flores que nacen y crecen allí adentro, en esa burbuja de universo solitario y armonioso. Allí mi abuela me ha contado multitud de veces las mismas historias sobre ella y me ha enseñado fotos de ella y de mi madre, siempre como si fuera la primera vez, y descubriendo en mi madre una sonrisa angelical, y una fuerza que traspasaba la fotografía y me inundaba. Pero la bruja, Julia, convenció a mi padre para que convirtiera aquel lugar en una maldita piscina. Él ni siquiera respetó su recuerdo, su voluntad. La abandonó de la forma más dolorosa y cruel, la fue olvidando poco a poco. Esa es la muerte más penosa que puede tener cualquier ser humano, el ser olvidado tan gradualmente que los demás ni siquiera lo sepan hasta que llegue un momento en que tu nombre no sea más que unas letras engarzadas que carecen de sentido. Así me siento yo. Cuando Julia quedó embarazada le convenció de que era necesario que me internara en algún lugar para evitar mis tendencias “autodestructivas”. Mi padre estaba demasiado ensimismado en sus negocios como para siquiera discutirlo, así que aceptó, y aquí sigo, en este manicomio, en este maldito hotel de lujo, perdida en sus rincones, inmersa en un gran laberinto imposible de descifrar. Parece, visto desde el exterior, un lugar bonito, casi agradable, pero es una trampa. Cuando te encierras en tu habitación te sientes alejada del mundo, en un lugar desierto y apartado donde el tiempo no transcurre y en donde tus heridas se exponen a gente que no te conoce ni sabe nada de ti, solo tienen un título académico que les otorga una especie de infalibilidad y sapiencia infinita, y jugando a ser dioses o algo así, tratan de indagar en el fondo de tu alma y tu mente en busca de aquella supuesta herida que daña lo más profundo de tus tus entrañas. Lo curioso es que mi padre cree de verdad que ellos pueden ayudarme. Tal vez sea la forma de apartarme de su vida y acallar su conciencia, de silenciar esa vocecita recóndita y tenue que repite: “solo quieres quitarte a Laura de encima, es un estorbo para ti.” No me importa, en serio, no me importa...
(Continuará...)

El carrusel de las almas perdidas (Cap 1)

El carrusel de las almas perdidas (Cap 1)

Fuente: http://es.scribd.com/fg%C3%B3mez_178015
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Autor: Francisco Sánchez
Enviado por fanchisanchez - 04/02/2013
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