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Aprendiz de trapo

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Música de madrugada

 

 Constantes realizaciones musicales a las tantas de la madrugada han aterrorizado y extrañado al hogar de los Núñez, quienes afirman oír todos los martes noche a alguien tocar el piano en su comedor.

“Es tan extraño… desde aquel fatídico día escuchamos todos y cada uno de los martes del mes la misma obra, una y otra vez… La primera vez que sucedió, no podíamos creerlo… esperanzados corrimos hacia el salón creyendo que estaría ella, aún a sabiendas que era imposible, pero lo único que encontramos fue a Lidia, su muñequita de trapo, tirada en el suelo. No podíamos asimilar todo lo que estaba pasando, creíamos estar locos, pero nuestros oídos no mentían, ni mienten, puesto que todos los martes es la misma historia… y todos los martes la muñequita reposa en el suelo con su vestido negro”.

                                                                                                           El País  
 

 Todos los días, Elena se tomaba su vaso de leche con “Tosta Rica” y con su moño rosa y su carpeta de pentagramas salía camino a la escuela agarrada de la mano de la señora Núñez. Se movía de un lado a otro cantando y reproduciendo todos los sonidos que lograba captar por la calle. Con sus 9 años ya tarareaba medio repertorio de Mozart, casi la totalidad del de Beethoveen y 2 ó 3 nocturnos de Chopin, eso sin contar todas las canciones de moda que se movían por la radio. Y es que desde bien chiquita, con 5 añitos exactamente, aprendió a darle a las teclas negras y blancas del piano de sus tíos, quienes quedaban asombrados tras contemplar la facilidad con la que ésta asimilaba lo que escuchaba, y de la misma forma lo reproducía tocándolo en el piano. Era totalmente fascinante. Por esto, Marta y Pedro no dudaron ni por un instante en apuntar a su hija a clases de piano.

-         Mamá, yo quiero tocar otras obras. Estoy harta de interpretar siempre la música que otros componen. Quiero innovar, ¡que el público me mire y me aplauda por lo que yo he creado!

 Y así, a la edad de 12 años, Elena comenzó, sin tener ni idea sobre armonía ni composición, a escribir sus propias obras. No se molestaba ni en revisarlas, ni tan si quiera en preocuparse por su corrección, puesto que se guiaba por aquello que poseía su mayor confianza, aquello que nunca le había fallado: el oído. Si ya fascinaba a los vecinos y a los no tan vecinos por su manera de tocar a tan corta edad obras que no le pertenecían, ahora era imposible para cualquier espectador no regalarle sonrisas de admiración o miradas de exaltación y entusiasmo.

 Por su gran éxito, los padres de Elena comenzaron a trasladarla desde los pueblos más inhóspitos a las ciudades más desarrolladas. Todo lugar que la recibía conservaba tras su actuación una huella imborrable.

-         Vamos Elena, tienes que actuar.

-         Mamá, estoy harta de tocar siempre las mismas obras, quiero innovar y componer cosas nuevas.

-         Elena, eso ahora mismo no puede ser. Tienes que sacarle el mayor partido a las actuales, es lo que quiere tu público. Ellos esperan reconocer lo que tocas y así poder tararearlo.

-         Sí, pero las tengo aborrecidas.

-         Pues te aguantas, hija.

 Marta abandonó la cámara donde Elena estaba ensayando antes de actuar a la espera de que ésta saliera.

 

-         Tú me apoyas ¿verdad Lidia? Eres mi primera oyente. La única que me incita a componer. Tú vas a ser la protagonista de mi primera canción, de mi primera obra cantada. Juntas sentiremos la música como nadie la ha sentido. Ya verás, Lidia, ¡cómo triunfará tu canción!

 Minutos después, salió al escenario para comenzar su actuación. Pero, esta vez, una extraña reacción conmovió al público. Marta corrió alterada donde Elena se encontraba desmayada y observó deslizarse por sus labios un hilillo de sangre.

-         Vamos cariño, despierta. Venga hija…

-         ¿Mamá? ¿Dónde estoy? ¿Qué me ha pasado? ¡¿Y Lidia, dónde diablos está Lidia, mamá?!

-         Tranquila, cielo. Lidia está bien. La llevo aquí, en mi bolso, y no te preocupes por qué ha ocurrido, te has desmayado en medio de la actuación y ahora estás en el hospital, pero no pasa nada, todo irá bien.

-         ¿Cómo que irá? ¿pero qué tengo, qué me pasa? ¡Dame a Lidia!

-         Toma tu dichosa muñequita.

 Y entonces la vi tan descompuesta y fatigada que de no ser porque mi naturaleza me lo impedía habría derrochado tantas lágrimas como hilos me componen.

 Llegó a continuación el médico, y de reojo pude observar el diagnóstico escrito en la hoja que le dio a Marta.

-          ¿Qué pasa mamá? ¿por qué lloras? ¿me queréis explicar de una santa vez qué pasa?

-         Cariño… ti… tienes… tienes leucemia.

-         ¿Leucemia? ¿eso es un cáncer, no?

-         Sí…

-         Pero, ¿se puede curar? ¿tengo cura? Doctor, dígame, ¿es grave?

 El doctor agachó la cabeza y rogó a Marta y Pedro que abandonaran con él la habitación para explicarles la situación.

-         Lidia, esto no pinta nada bien. Tengo miedo, mucho miedo… ¿Sabes? Antes de salir al escenario estuve pensando en tu canción. He decidido que se titulará “Aprendiz de trapo”, ¿qué te parece? ¡Ay! Si pudieras hablar, estaría segura de que me apoyarías y elogiarías mi esfuerzo por superarme y crear, crear y crear. ¡Anda, mira! Ya vuelven. ¿Me vais a decir ya de una vez todo con detalles? Me estáis preocupando…

-         No quiero mentirte, Elena, no… no puedo mentirte. La única solución estaría en la realización de un trasplante de células madre y tu grupo sanguíneo rechaza las que se han recibido. Está difícil, cariño, muy difícil...

 En los rostros se podían observar la tristeza y la pena como protagonistas de la sala. Sus caras expresaban dolor, sus lágrimas desesperanza… Mi rostro y mi cuerpo permanecían intactos, pero no por ello mi angustia era menor. Aunque no podía expresar lo que sentía, mi corazón ya se había roto en pedacitos de algodón que se iban deshaciendo entre encaje y encaje.

 Pasaron los días y yo, sin más ánimo que la satisfacción de que ella sabía cuánto la admiraba, fui convirtiendo las telas de mi vestido en un negro oscurecido, señal del luto que me aguardaba.

 Un martes 15 de marzo, a las 4 de la mañana, Elena murió.

  Ahora que falleció, intento conseguir la permanencia de su recuerdo para que jamás nadie olvide quién fue y quién podría haber sido. Para ello, sólo puedo dignarme a tocar lo poco que aprendí de ella todos y cada uno de los martes del mes… Eso sí, siempre la misma canción, su única y última canción antes de morir: “Aprendiz de trapo”.




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Autor: Elísabeth Hernández
Enviado por Ely_hdez7 - 31/12/2009
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