Los seres humanos somos sensibles al dolor, al físico que se produce en nuestro cuerpo, y al emocional que se produce en algún lugar de nuestra conciencia. Es precisamente a este último al que también conocemos como “dolor del alma”, pues es tal su intensidad que nos hace llorar en silencio por lo indescriptible e incomprensible de su origen.
Las personas somos seres que sentimos, y por lo mismo, estamos ligados al sufrimiento y al dolor, tanto como lo estamos a la felicidad y al amor. Conocemos con la misma intensidad ambos estados de ánimo, pues la estructura de la vida nos mueve en ambos sentidos, de manera espiral y como un péndulo, unas veces estamos aquí, disfrutando de las cosas, y otras tantas en el otro extremo, sumidos en el dolor y el sufrimiento, por lo que bien podríamos decir que el dolor es la cuna del amor y el amor es la cuna del dolor, lo que nos lleva a entender en su justa dimensión la frase cotidiana de que: “se sufre por que se ama”.
Hay quienes dicen que el dolor emocional tiene más propiedades que el amor, pues es como un fuego que quema por dentro y que quita el aliento de vida pues se aloja precisamente dentro del alma, y afirman de igual manera que si el amor nos hace reír y gozar, el dolor por su parte nos hace sufrir y llorar. Por mi parte, no tengo ninguna duda que así como el amor tiene propiedades curativas y de sanación, el dolor si no es bien canalizado nos lleva a la enfermedad de alguna parte de nuestro cuerpo, razón por la cual, debemos estar conscientes que siempre habrá cosas que nos causen dolor y que no podamos cambiar, por lo que debemos adoptar una actitud de aceptación dentro del terreno de la espiritualidad. Esto último significa que lo único que nos puede generar los soportes para sobrellevar los dolores del alma, es la fe en Dios y la oración como medio de comunicación con Él.
En efecto, para cuando duele el alma, la oración es la mejor cura para esos profundos quebrantos que padecemos, pues nos reconforta espiritualmente y nos permite ser objetivos en la magnitud de nuestros sufrimientos. Es entonces cuando nos damos cuenta que el sufrir, es algo consustancial a nuestra vida, y que Dios es el mejor soporte para nuestras penas.
La oración nos lleva también por los caminos de las lecturas bíblicas, cuyo contenido son de una profunda sabiduría que nos ayuda a confortar el alma frente al dolor. Por ejemplo, en Isaías 43:18 puede leerse que: “No os acordéis de las cosas pasadas, ni traigáis a la memoria cosas antiguas. He aquí que yo hago cosas nuevas: pronto saldrán a la luz. ¿No las conocéis? Otra vez pondré caminos en el desierto y ríos en la soledad”
Este pasaje bíblico nos enseña varias cosas, en primer lugar, que no se debe vivir aferrado a cosas pasadas, sobre todo a las que son ocasión para el sufrimiento y el dolor, por lo que debemos vivir el presente de manera objetiva y aprovechar las lecciones para no repetir los mismos errores; situación que nos dará crecimiento emocional y espiritual. En segundo lugar, que debemos poner nuestra vida en manos de Dios pues es quien tiene el poder de hacer nuevas todas las cosas, incluyéndonos a nosotros mismos y por último, que por muy grandes que sean nuestras penas, siempre habrá un nuevo sendero por donde caminar y agua de río para confortarnos aún en la aparente soledad de nuestra vida, pues la realidad es que donde está Dios hay presencia y abundancia. Esta es la verdad eterna, la que el mismo instruyó cuando dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino es por Mí.
Debemos aceptar pues que para cuando duele el alma, somos nosotros mismos los únicos que podemos revertir se dolor, convirtiendo el pesimismo en optimismo, la amargura en dulzura y la oscuridad en luz, y que la mejor fórmula para lograrlo es la oración profunda por que Dios no nos abandona nunca, y solo Él nos da la oportunidad de nacer de nuevo. JM Desde la Universidad de San Miguel.