Los que han aprendido de los errores del pasado saben que siempre hay una recompensa para aquel que trabaja duro y no desiste. Y esa es parte de nuestra labor como docente ayudar a que los alumnos no se queden en el camino; lo cual puede ser complicado porque tocamos fibras sensibles y el hecho de cuestionarlos para que se conozcan a si mismos es romper “la burbuja” en la que saltan las dudas y comienza la búsqueda de la verdad.
Cuando tratamos de realizar acciones que nos indiquen como evaluarlos de manera integral, podemos observar que hemos caído en un área temerosa de “dañar el autoestima” del alumno, pero no solo los maestros, tanto los padres de familia, ellos mismos como ciudadanos; caemos en el descrédito del principio de autoridad, que es en parte el fruto de una salvaje tradición de autoritarismo y lo que ha convertido muchas aulas en un embrollo. Es verdad que estas cosas no pasaban antes, porque antes se solucionaban a ¡reglasos!;. No hace mucho leí en un periódico por Internet un articulo que hablaba de la noticia de que una niña de seis años, había sido castigada por sus profesores a pasarse tres días de cara a la pared por haber agredido a una de sus compañeras; una foto tomada por el padre de la agresora ilustraba la noticia: en ella se ve a la niña sentada en su pupitre, de espaldas a la maestra y a sus compañeros, frente a la pared; R. Castillo, que es quien firma la noticia, anota que en la imagen la niña está "marginada, excluida, separada del resto y señalada". En cualquier escuela la violencia es la manifestación más cruel de la indisciplina; también es el primer enemigo de la educación, y el deber fundamental de un profesor es extirparla del aula. No existe una fórmula mágica para hacerlo, pero hay que hacerlo y hay que hacerlo de raíz: igual que el Estado castiga a quien comete un delito, la escuela debe castigar a quien transgrede una norma, y si hay que, excluir, separar del resto a quien la transgrede, pues se hace, para que no sólo el transgresor, sino quienes sientan la tentación de imitarlo entiendan que esa regla no debe transgredirse. En eso también consiste educar. Desde luego, los guantazos sólo generan más guantazos (o gente pusilánime por reacción a los guantazos), así que no son la solución. Lo que no es discutible es que agredir es la peor forma de imponer autoridad. El alumno entonces sigue las normas del maestro que quiere y respeta pero que no arquea las manos sin autoridad. No podemos lamentarnos de los males de la falta de autoridad si ni siquiera sabemos como aplicar esa autoridad con respeto y determinación. Últimamente pasamos el tiempo “preguntándole al alumno si quiere algo” en vez de confirmarle que ese algo es lo que hay que hacer y no por falta de democracia si no por rango y estabilidad de los alumnos. No toda la obligación esta peleada con la psicología y no por castigar una conducta equivocada estamos privando libertades ni atentando contra su autoestima; ellos superan más rápido de lo que parece un regaño o castigo cuando no es enfrente de los demás y cuando lo dices con asertividad y empatía hacia el alumno.