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Carta de Afganistán

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Soy Abdul Hassal, hijo de Masif Hassal de la tierra de los Tayikas. Tengo doce años y vine al mundo entre montañas en la aldea de Jalabasid. Mi madre me llama “Hijo de las bombas” porqué nací en medio de un ataque ruso a la pequeña aldea de mis antepasados. Mi abuela dice que soy “Huérfano de Alá” porque mi padre murió a manos de los Talibán, sus enviados.

Soy el hombre de la casa, mi madre, mi abuela y mis dos hermanas están bajo mi cuidado. Yo consigo el agua, yo aprovisiono de harina para que ellas amasen y den forma al alimento. Yo Abdul.

Me habrás visto muchas veces en tu casa. Desde muy pequeño he merodeado por tu televisor. Claro que nunca dicen mi nombre y al igual que mi madre y mi abuela, van amoldándolo a las circunstancias. Como tú cuando me ves, con una pequeña mueca de fastidio, - que casi nunca llega al hastío o al asco - ah! Es un afgano.

Empece formando parte de esa masa informe de harapientos que se empeña en desplazarse de un lugar a otro con la sola intención de salvar la vida. Frente a poderosos ejércitos extranjeros ó tratando de dejar atrás el hambre que como la propia sombra, se pega a los talones.

Con los inconvenientes de toda índole que esto acarrea a los poderosos de la tierra.
Viajé a través del polvo y el frío y el horror de la guerra. Aunque el premio bien merezca la pena. Conseguir el titulo, en la mayoría de los casos a perpetuidad. Refugiado. Refugiado afgano. Y por supuesto con todos los derechos inherentes al mismo. Tienda de campaña – podéis morir de envidia, todo el año de camping – en las que hacemos toda clase de amistades. Ciento cincuenta mil personas en mitad del desierto. Y no somos los únicos, sumamos varios millones que sabemos disfrutar de la naturaleza.

Todo perfectamente organizado “comme il faut”. La comida a sus horas, digo a sus días. Agua la justa que estropea los caminos. Y además, pasmaros, este año empecé a ir a la escuela. Nada formal que cuadricula el carácter. Hemos decidido prescindir de uniformes, pupitres, libros y lápices y gomas. Creo que tenemos espíritu de comuna y nos va bien. Sentados en el suelo coreamos la consigna. “Dios es grande, alabado sea”.

El maestro en su pizarra escribe a diario “la educación os hará libres”. Y yo en mi ignorancia – debo confesarlo – confundía libertad con estomago lleno. Ya me diréis con estas mimbres que cesto puede hacerse. Y aún así creo que somos útiles, ya ves tú. Veo tanta gente preocupada por nosotros. Y que bien se siente uno sabiéndose importante y necesario. Porque seguro que muchas veces habrá surgido la pregunta. ¿Y toda esta gente sin oficio ni beneficio para que sirve? Si, es una pregunta razonable, yo me la he hecho también.

Pero quizás sea que vosotros no habéis visto como yo, la ingente cantidad de reporteros y cámaras de televisión que se ganan su pan retratando nuestra vida cotidiana. Con frío en invierno y calor en verano. Siempre con polvo resecando sus gargantas. Y sin descanso hasta conseguir esa instantánea, esa toma precisa que os amenice la espera del segundo plato.

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Etiquetas: Max Billder
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Autor: Max Billder
03/01/2002
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